El presidente Moreno ya tiene conformado su gobierno; en realidad ha elegido a parte del mismo, porque las carteras que corresponden a Ciudadanos ya se conocían desde unos días antes e incluso el propio Albert Rivera vino a presentarlos en público, un gesto cuando menos extraño y que no tenía otro fin que escenificar que su cuota en el nuevo Ejecutivo andaluz es responsabilidad única de la formación naranja. Desde la noche del 2 diciembre se viene repitiendo machaconamente la palabra "cambio" y ése ha sido el eje sobre el que ha pivotado el acuerdo a varias bandas entre el PP, Cs y Vox para propiciar que Moreno llegue a San Telmo.
Una vez logrado el objetivo, con todo el teatrillo que ha habido durante más de un mes haciendo ver que los de Rivera no querían nada con los de Abascal y que éste al final cedió en la mayoría de sus estrambóticas peticiones, llegó el momento de ponerle caras al gobierno. Y así ha sido. Moreno optó por un grupo de personas que dan la sensación de solvencia, que le merecen confianza y, además, como ya avanzó para quien le quiso escuchar en su toma de posesión, en el que no ha tenido en cuenta a las distintas familias del PP. O lo que es lo mismo, que los partidarios de Casado y sus advenedizos tras las primarias se han quedado con un palmo de narices y fuera de las consejerías de peso en la Junta de Andalucía. De hecho, ya se han producido las primeras quejas en Génova y esperan ahora a ver si hay más suerte en los estamentos intermedios y periféricos de la Administración autonómica.
Aparentemente, poco se puede discutir de quienes ya están al frente de las consejerías, si bien habrá que esperar para ver si se cumplen las expectativas generadas. Y digo esto por varias razones. La primera, y más evidente, el riesgo de bicefalia, ya que a nadie escapa que Ciudadanos va a querer su protagonismo, lo que unido a su falta de experiencia en la gestión le puede generar algún quebradero de cabeza al presidente. De otro lado, en este país ya hemos vivido una situación -salvando las distancias- con ciertas similitudes. Así, casi nadie puso en cuestión el perfil del gobierno de Pedro Sánchez cuando llegó a la Moncloa e incluso recibió alguna que otra alabanza por las designaciones, si bien con el paso de los meses aquellas ilusiones se han ido diluyendo por incapacidad manifiesta de algunos de los ministros.
Los cambios, en principio, pueden ser buenos, pero no siempre. Moreno tiene ahora una difícil papeleta, como es la de explicar y demostrar con hechos que hay otras maneras de dirigir una administración que siempre ha estado en manos de la mismas formación política. Detractores no le van a faltar, pero no sólo en las filas de la oposición, sino en su propio partido, donde todavía no se han enterado de cómo va esto del poder, al menos en Andalucía.
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