La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¡Cómo hemos cambiado en un año!

Los políticos diseñan, elucubran y enredan, pero la naturaleza siempre se impone. Cuando no son bacterias, son virus. O nieve

Hace un año estábamos analizando el elevado número de ministros del primer Gobierno de coalición, un gabinete donde hay más carteras que varas tiene la presidencia de una cofradía de barrio; las estupideces propias de adolescentes que pronunciaban los señores adanistas de Podemos al estrenarse en sus cargos, el debate tramposo sobre la llegada del barco de inmigrantes y otros asuntos con los que se ocupaban horas de televisión y radio. En marzo todo cambió, como todos sabemos. Y como la vida sigue, con o sin pandemia, tenemos ahora la nevada del siglo, aunque el Nodo del franquismo ya contaba nevadas gordas. Ya saben ustedes: nada nuevo bajo el sol. Siempre podemos ir a peor. Y de hecho hemos ido. La nieve, como las palomas, tiene una belleza efímera. Tras cuajar vienen las peligrosas heladas. Y las palomitas, pitas, pitas, destrozan los edificios monumentales por el efecto del ácido de sus heces en la piedra. La nevada ha puesto a los políticos a coger la pala. La verdad es que genera un poco de vergüenza ajena. Perdónenme. ¿Por qué nuestros políticos tienen que publicar constantemente mensajes, vídeos, fotos absurdas y otras muestras de vida saludable y comprometida en las redes sociales? Es difícil ser político en este tiempo. Mal pagados, expuestos a las iras cotidianas y con pocos momentos para el disfrute. A algunos les sale caro, carísimo, colocarse el chaqué el día de la Pascua Militar, o disfrutar de la gloria efímera de la jura o promesa del cargo ante el Rey. Fíjense en el fatuo de Pedro Sánchez. Tanto perseguir la Moncloa, con tanta tenacidad y perseverancia incuestionables, y le sobrevienen los peores años de la democracia. Y qué me dicen de Andalucía. Casi cuatro décadas esperando el cambio y cuando no son las bacterias son los virus. Los políticos proponen, diseñan, inventan, elucubran, enredan, se vuelven ávidos de la notoriedad que da el poder, porque el poder, lo que se dice poder, se concentra realmente en muy pocos. Y llega la naturaleza y... ¡zas! Lo vuelve todo del revés. Un año, sólo un año, y ya ven que vivimos peor. Se acabaron los análisis absurdos sobre si un lactante puede estar o no en el Congreso de los Diputados. Aquello suena a música celestial. La luz sigue encarecida. Se disparó con Aznar y nadie, absolutamente nadie, ha logrado ni reducir el coste ni explicarnos una factura en la que más de la mitad del dinero se destina a impuestos. A ver quién es el próximo tonto con cargo público que se pone a quitar nieve, hacer pesas o correr junto al río. No cabe uno más. Los inteligentes hace tiempo que están en la empresa privada.

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