Como te ves yo me vi, como me ves te verás. Tenía un compañero algo mayor que yo, que me repetía esa frase de manera recurrente ante las diferentes etapas vitales que atravesábamos ambos. Desde mi noviazgo incipiente hasta su momento de crianza, de mi estrenada maternidad a su abordaje de la adolescencia de sus hijos. Esa expresión siempre me hacía pensar, siempre me llevaba a la reflexión.

Ahora que nuestros mayores pasan esa etapa de sus vidas condicionados como todos, por la pandemia, con menos abrazos, menos cariños, menos visitas, siguen sin desfallecer y siendo ejemplo de lucha, como lo ha sido siempre esa admirable generación. Aquellos que batallaron como nadie para traernos derechos de los que ellos no disfrutaron, siguen activos y combativos. La movilización por la deshumanización de los bancos, los esfuerzos ímprobos por adaptarse a los nuevos códigos de consumo y de comunicación, encarando el protocolo de citas previas, de códigos QR, de bares sin carta en papel y certificados digitales, debe llevarnos a renovar la admiración hacia ellos. Ellos que no flaquean y se afanan por acomodarse al arrollador ritmo de las tecnologías, de los whtasapp y las videollamadas, con una capacidad superior por asimilar el nuevo paisaje, siguen siendo un auténtico orgullo social.

Y es que el paisaje cambia para todos. Cuando hace semanas leía en este periódico que nos quedamos sin cabinas telefónicas en nuestras calles, no pude evitar un sentimiento de nostalgia, de recordar momentos anclada al cable. Leí que las 16.000 cabinas telefónicas españolas registraban una media de menos de una llamada al día y que el 88% de los ciudadanos jamás había utilizado una, que habían pasado a ser un obstáculo para el peatón y un foco de contagio inasumible en los últimos tiempos. Es cierto que las nuestras nunca fueron icónicas como las londinenses, pero eran parte del paisaje y esos habitáculos en los que las monedas cundían menos de lo previsto, encerraban momentos de intimidad desdibujados por el sonido ambiente. Tengo un amigo que me reconoce que últimamente, cada vez que veía a alguien usando una, tenía la convicción de que se trataba de una conversación furtiva, cuando no, de un ilícito penal. Mal pensado que es él.

Lo cierto es que las luchas de aquellos ya no nos son tan lejanas, que todos somos testigos del cambio de paisaje. Que hay cambios más y menos trascendentes, pero no puedo dejar de plantearme qué lucha seremos capaces de emprender nosotros ante cambios y abusos, y la forzada adaptación al paisaje que también afrontaremos. Como ellos nos veremos, ver cómo actúan debe ser inspiración.

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