Por la cabeza libre del hiyab

Ni las formas de su cuerpo pueden insinuarse bajo los ropajes, ni su cabello puede sentir el frescor de los vientos

Miles de mujeres iraníes están luchando en masa, como nunca lo habían hecho, por estar prohibido hacerlo. Manifestarse en Irán es motivo suficiente como para que la policía te descerraje una bala en el cerebro en plena calle, sin miramientos, o después, tras los muros silentes de tu casa. Las pocas imágenes que nos llegan de las manifestaciones nos proyectan que desde hace una semana se está picando, por más de veinte ciudades, otro muro que podría ser tirado. Esas mujeres, a las que no se les permite vivir en libertad y se les prohíbe, entre otras muchas cuestiones mínimas dentro de los derechos humanos, vestir a su antojo. Ni las formas de su cuerpo pueden insinuarse bajo los ropajes, ni su cabello puede sentir el frescor de los vientos. El asesinato de Mahsa Aminí, a manos de la Policía de la moral que la detuvo por no llevar bien puesto el velo y se la llevó a comisaría de donde no salió con vida, ha sido el pavoroso detonante como para que las mujeres iraníes puedan recuperar su libertad y sus derechos. Nadie pone en duda que haya sido un nuevo crimen. Nadie se cree que, como dice la policía, haya muerto de un infarto. Su familia asegura que Mahsa era una joven sana y que su cadáver está lleno de magulladuras y heridas. Los llantos, la rabia de la sociedad femenina iraní está llevando a que muchas jóvenes, además de gritar en las calles, además de manifestarse, además de arriesgar su vida, se están arrancando el velo en las calles y rapando su cabello a tijeretazos. Pregunté a mi entorno, en Irán, una de las muchas veces que se me caía el velo en mis constantes traqueteos y la inmensa incomodidad de entablar una conversación con una tela que te tapa los oídos, por qué la obligatoriedad de mantener el velo puesto. La prestigiosa periodista de la CNN Christiane Amanpour, se retiró esta semana, de una entrevista concertada con el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, cuando éste pidió que se pusiera un velo. Ella, siendo iraní, se negó puesto que estaba en EEUU donde esa represora ley no existe. Ese gesto es de gran trascendencia y más aún cuando se están celebrando en NY la Asamblea General de la ONU donde, además, del hambre y la pobreza debería debatirse lo que está sucediendo en Teherán y otras 20 ciudades iraníes. Quizá habría que sumarse, para mantener la utilidad de la fuerza movilización de estas valientes mujeres, como lo hacemos para mantener la fuerza de Ucrania frente a Putin. Es otra guerra, que nos incumbe y a la que no se le puede dar la espalda.

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