Cambio de sentido

En botica

Pobreza farmacéutica y sobre medicación de jóvenes: malos síntomas para nuestra democracia

Cuántas necesita?", me preguntó el boticario, señalando con las tijeras la tableta de pastillas. Me sorprendí. En aquel lugar del mundo, las farmacias dispensaban las píldoras por unidades, exactamente las prescritas o precisas. Necesitaba dos, compré dos, pagué dos, ingerí dos. Era una medicación contra el soroche. De venderse por cajas como aquí, ahora tendría 18 grageas rodando por la casa, o en el cubo de reciclaje. Díganme a mí para qué hubiera querido yo una caja empezada de pastillas contra el mal de altura, si vivo en la Baja Andalucía. Me pregunto qué motivos reales hay para no razonar y racionalizar las medicinas de otra manera. La respuesta tiene varios puntos de sutura.

Pobreza farmacéutica, se llama, y para hallarla no hace falta trasponer a países menos desarrollados o con una democracia-ficción más cantosa que la nuestra. En España, más de dos millones de personas la sufren. A ellas podemos sumar muchas de los tres millones que padecen enfermedades raras y por lo general también huérfanas de padres de la ciencia. Me pregunto si el gobierno de este Estado social, democrático y de derecho acaso no debiera preocuparse -y al máximo- por quien malvive o muere sin un tratamiento. La respuesta sangra por la herida.

En los pasados días hemos conocido otra cifra: en España hay más de 250.000 menores medicados con psicoestimulantes por trastornos de déficit de atención e hiperactividad. La ONU ya ha dado un toque a nuestras autoridades sanitarias al considerar que se está sobremedicando a los jóvenes. Me pregunto si en vez de mejorar el sistema educativo -o de ayudar psicológicamente (pongo por caso) al ama de casa que se siente desesperada, frustrada, nadie y sola; o de revisar y resolver de raíz el estado de cosas- nos conformamos, como en Matrix, con la píldora roja y la píldora azul. Tristes parches.

No sé ustedes, pero servidora, en más de una ocasión, ha respirado aliviada de vivir en este tiempo y país. No me quiero ni imaginar cómo será ir al dentista cuyas dentaduras brillan en el expositor del zoco, caer enferma en Estados Unidos sin tener seguro, someterme a una trepanación en Francia del XVII, abortar clandestinamente en la Rumanía de Ceaucescu. No estamos en el mejor de los mundos posibles, pero me pregunto si el actual exceso y el defecto farmacéutico no son acaso síntomas de una sociedad que no cesa de perder en políticas sociales, derechos, libertades y buena vida. El remedio, de momento, no está a la venta en farmacias.

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