Contra el botellón

Si no es mucho pedir, ya podían prohibir también esa horrenda música de reguetón que sale de los maleteros de los coches

Mi generación fue la última que pasó su adolescencia dentro de los bares, rascando en el bolsillo para encontrar a la desesperada las últimas monedas del fin de semana para tomarnos la última copa con las persianas del establecimiento ya echadas, mientras los sufridos empleados de ocasión que estaban al otro lado de la barra barrían el suelo mientras esperaban pacientes que nos largáramos de allí de una vez. Salvo algunas concentraciones esporádicas en las explanadas de la facultad, nos trabajábamos poco el cubata de garrafa en vaso de plástico como hacen hoy tantos jóvenes de distinto tipo y condición.

Como la mayoría de las fórmulas de ocio que afectan a la gente más joven, el botellón como punto de encuentro social y de consumo empezó a generalizarse en los sitios de veraneo, y desde allí se extendió a las ciudades el resto del año, localizándose sitios abiertos donde las pandillas campan a sus anchas alrededor de las bolsas con las bebidas y el hielo. Una práctica claramente abusiva, tanto para el descanso de los vecinos como para la propia salud de sus protagonistas, que sin embargo ha venido siendo tolerada por las autoridades, mucho más preocupadas en evitar la conducción de vehículos bajo los efectos del alcohol que su ingesta misma.

Con la aparición de nuevos casos de Covid-19 que amenaza con llevarse por delante esa nueva normalidad lanzada a los cuatro vientos por el Gobierno, y la inquietante penetración de los contagios en aquella cohorte de edad que se cree a sí misa poco menos que invulnerable, las autonomías se han apresurado a cortar por lo sano el llamado ocio nocturno, siendo el botellón objetivo prioritario a erradicar, por razones obvias: no hay distancia ni protección, y la interacción de las actitudes en común beneficia como en ningún sitio la propagación del virus.

Ayer podíamos leer que la Junta prohíbe el botellón por ser una práctica "insalubre, nociva y peligrosa". En verdad insalubre y nociva lo viene siendo desde hace casi treinta años, aunque al parecer se den cuenta ahora, quizá por lo de peligrosa. Ahora sólo esperamos que la prohibición se mantenga en el tiempo, y no sólo lo que duren estos meses inciertos, para bien de los bares de la zona, sus vecinos… y los propios jóvenes. Y si no es mucho pedir, ya podrían prohibir también esa horrible música de reguetón que sale de los maleteros abiertos de los coches.

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