HAY un viejo chiste que retrata la facilidad con que los perseguidos interiorizan y admiten con naturalidad su situación. Dos judíos charlan en la Alemania nazi. "Me han dicho que van a detener a todos los judíos, los homosexuales, los gitanos y los barberos", afirma uno. "¿Los barberos? ¿Por qué los barberos?", replica el amigo, dando por bueno, involuntariamente, que se detenga a todos los demás.

Me acordé del chiste al leer que la Ejecutiva Federal del PSOE investiga la afiliación al partido de dos muertos y un guardia civil -lo tiene prohibido por ley- en la agrupación del Puerto de la Torre, controlada por el sector crítico del dividido socialismo malagueño. También se indaga si el sector oficialista ha inscrito a 160 bomberos de la Diputación Provincial en la agrupación Centro. Y dan ganas de preguntar: "¿Bomberos? ¿Por qué los bomberos?".

La pregunta es pertinente, ya que la afiliación de muertos a un partido no sorprende a nadie. Es todo un clásico de la vida política contemporánea que los más vivos de entre los vivos utilicen a los muertos para sus disputas internas. En situaciones de precongreso en las que está en juego el control de la organización se necesita disponer del mayor número de delegados posible, y el número de delegados de cada agrupación está en función del de militantes. No hace falta que militen demasiado, basta con que figuren en el censo de la agrupación y estén al día en el pago de la cuota. Si se tercia, ni siquiera hace falta que estén vivos, es suficiente con que se apuntaran en su día. Cada bando enfrentado en un congreso con tensiones, como el del PSOE de Málaga, procura que sus muertos respectivos no sean descubiertos y descontados del censo. Y cuando el artificio de los imposibles muertos vivientes-afiliados no termina de completar la mayoría buscada se recurre a otros trampantojos: el Comité Provincial del PSOE malagueño recibió una llamada de un ciudadano advirtiendo que habían llegado a su casa seis carnés del partido, seis, a nombre de otros tantos familiares, sin que ninguno de ellos hubiera rellenado la ficha correspondiente ni manifestado la menor voluntad. Los habían afiliado por la cara.

En cambio, la afiliación masiva de bomberos es novedosa. Ciento sesenta bomberos son muchos bomberos, un consorcio entero. La lectura más fácil es la que sugiere que el sector oficialista del PSOE, que manda en la Diputación, ha hinchado sus apoyos internos repartiendo carnés entre los honrados extintores de fuegos, contratados por la Diputación misma. Una de dos: o ha brotado una insospechada fe socialista entre los bomberos o alguien de la Diputación ha prometido estabilidad laboral a cambio de votos. La ventaja es que los bomberos pueden, uno a uno, aclarar la verdad. Los muertos resucitados por el clientelismo partidista, en cambio, guardan silencio.

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