Vista aérea

Salvador Gutiérrez Solís

Las bicicletas se van con el verano

MENUDO y risueño, con pinta de niño grande, debutó en la Tacita de Plata, entre aroma de sal, manzanilla y tortillita de camarones, en un septiembre como éste. Antes, su fichaje tuvo argumento de culebrón -rocambolesco y sufrido-, y, fiel a su estilo, así se ha ido. Recién comenzada la Liga, las bicicletas de Robinho, bicicletas de fantasía y magia, llegaron antes de que se fuera el verano, como la promesa futbolística y metafórica de un verano eterno. Todavía entonces, el Submarino Amarillo militaba en Primera División, aún no se había hundido en el descenso de los descensos tras ese penalti fallado -que a nosotros nos redimió o que propició nuestra permanencia en la agonía, quién sabe-. Lo dijo alto y claro: vengo a ser el mejor jugador del mundo. Ahora se empeña en repetir el mismo estribillo, aunque la audiencia empieza a mirar de reojo a la presidencia. El romance blanco de Robinho, que tal vez sólo fuera calentura adolescente, que ciega de la misma manera pero no es igual, se rompió definitivamente a principios de verano, cuando el Madrid lo quiso emplear como un cheque a la hora de pagar la alta hipoteca que suponía fichar a Cristiano Ronaldo, ese jugador portugués de pila cargada y mirada de portero en una discoteca de exclusiva zona residencial. El brasileño se sintió malherido y traicionado, le quitó la cadena a su bicicleta, se la colocó alrededor de sus manos y comenzó a mostrarse esquivo, distante y triste; dejó de sonreír. En los últimos días, Robinho se ha empeñado en proclamar, subido en su automóvil de gama alta y luciendo ropa de un prestigioso modisto italiano -¿cobrará por eso también?-, que se trataba de una reactualización del esclavo que conocemos del pasado. Lloraba en los despachos, suplicaba una salida, yo pensaba en Kunta Kinte, que con ese pie amputado no podría ni haber realizado un cuarto de bicicleta, y la verdad es que no encontré el paralelismo por ninguna parte. Cuestión de miopía, o de sensibilidades.

Tampoco sería justo cargar todas las tintas contra Robinho, que el club blanco también ha puesto de su parte, y mucho, para que el brasileño acabe recalando en la Premiere. Cuenta la leyenda madridista que en la época de Bernabéu no existía un jugador del mundo capaz de negarse a una oferta del club blanco -los más exagerados aseguran que llegaban a pagar- y que cuando el avión que los traía, nada más sobrevolar el espacio aéreo español, el comandante les daba la bienvenida y una azafata les entregaba una ramo de flores. Me temo que los tiempos han cambiado, y de qué manera. Calderon y/o Mijatovic, Mijatovic y/o Calderón vienen a ser la versión futbolera o mediática de nuestros delirantes Pepe Gotera y Otilio. En Manos a la obra no hubieran desentonado, me temo, habría bastado con ponerles un mono de su talla y poco más. Cuentan con la habilidad, como reversos de un Rey Midas, de enfangar allá por donde pasan. Hay un refrán español, tan viejo como certero, que los define a la perfección: se mueven como elefante en una cacharrería. En las últimas temporadas, el Real Madrid se ha convertido en un club que vende y que compra lo que le dejan, o a los pocos que aceptan. Me parece especialmente significativo el caso de Cazorla, un tipo de jugador que hasta hace unos años no hubiera rechazado una oferta del club blanco y que hoy se atreve a anunciar su renovación cuando ya se le esperaba en Madrid. Robinho, sin embargo, le dijo que sí desde el principio al Real Madrid, y muchísimos quisimos descubrir un mesías mágico e imprevisible, un bello y poético caos entre tanto fútbol de pizarra y tanto futbol robotizado. Creímos que alguien, un joven chaval brasileño, reivindicaría la esencia perdida, como un juego, como algo divertido que se practica por puro goce. Sólo tuvimos unas pinceladas difuminadas de esa magia; la mariposa, en esta ocasión, no fue capaz de sobrevolar más allá de las alambradas. Como les decía al principio, las bicicletas se irán como este verano que concluye según el calendario, pero que tiene visos de mantenerse durante un buen tiempo entre nosotros, aunque dentro de poco nos inventaremos una nueva ilusión con la que seguir engañándonos. Esperemos que, para entonces, Pepe Gotera y Otilio se dediquen solamente a sus chapuzas.

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