Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La belleza

Había que buscar la belleza en otro lado, y Aute la encontró en "el espejismo de intentar ser uno mismo"

En la primera versión de su canción Siglo XXI, grabada en 1991, Luis Eduardo Aute cantaba: "La mentira será ley y el simulacro, institución". En la segunda versión, grabada en 2009, cambió simulacro por un término mucho más preciso e intencionado: horterada. En aquella canción, Aute tomaba de la mano al Santos Discépolo de Cambalache para darle un aire dylaniano al asunto y brindar no tanto un vaticinio, sino un diagnóstico certero de los acontecimientos. Y su jugada dejó bien claro que entre los cantautores, músicos y cultivadores de lo popular que hacían gala de su compromiso político en la España de entonces, el único que fue capaz de leer con sensatez el relato que sucedió a la caída del Muro fue nuestro Aute. Mientras buena parte de la izquierda que seguía viviendo a costa de la nostalgia del antifranquismo se empeñaba en mantener su adhesión inquebrantable a valores presuntamente revolucionarios mientras se lo llevaba calentito por otro lado, sólo Aute se atrevió a denunciar esta deriva del capitalismo alentada por sus presuntos contrarios. Los mismos que clamaban contra la opresión al obrero facilitaban que "el chorizo fuera embutido en su Mercedes oficial" mientras la Coca-Cola "presidía la tribuna de la Plaza Roja". Es decir, no es que se lo comieran con patatas: es que sacaron todo el provecho.

En una entrevista me confesó Aute que sentía cierta desazón cada vez que cantaba en un concierto La belleza (que, por cierto, nunca dejó de cantar): nada más entonar "Y ahora que no quedan muros / ya no somos tan iguales / tanto vendes, tanto vales / viva la Revolución", muchos de entre el público, en cada ciudad, en cada aforo, jaleaban el lema del último verso sin reparar en su carácter irónico. "Mucha gente no ha acabado de entender esta canción", me decía, lo que sí que resultaba un vaticinio respecto a tiempos, tan próximos, los de ahora, los nuestros, en los que la ironía habría de quedar condenada, perseguida, cercenada, censurada y siempre objeto de sospecha. Aute fue, sí, el cantor de la decepción: la que le inundó cuando vio a toda esa izquierda de puño en alto y palestina en el cuello sucumbir a los encantos de un capitalismo criminal, narcotraficante y ciertamente hortera sólo porque el poder político, ahora sí, estaba a su alcance. Había que buscar la belleza en otra parte y Aute la encontró en "el espejismo de intentar ser uno mismo". Y aquellos sabineros bien pagados, claro, le dieron de lado.

"Aunque la belleza no cotice, de alguna forma habrá que justificar la vida", me dijo Aute en otra entrevista. En ello seguimos, Eduardo. Que no te quepa duda alguna.

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