Hoy les contaré una historia. Una historia de cientos de niñas que bailaban, una historia de no tan niñas que bailaban, de mamás que bailaban, de señoras que bailaban. Esas niñas llegaban por primera vez un septiembre a un lugar mágico que con el tiempo se convertiría en parte de su espacio más cotidiano y que jamás perdería, se lo aseguro, esa magia. No les mentiré, allí no todo era fácil ni siempre llegaban contentas. Detrás de cada clase había grandes esfuerzos, detrás de cada ensayo había mucho sacrificio. Había también muchos malabares de mamás y papás para montar el puzzle de las tardes, renuncias por parte de muchas familias, muchas horas de estudio de madrugada para algunas y hasta muchos cambios de turno para otras.

En aquel lugar mágico no solo se aprendía a bailar, se aprendía a vivir. En la barra trabajaban mucho más que la flexibilidad, el en dehors y el en dedans trabajaban el compañerismo, el respeto, el trabajo el equipo. En los demi plie de esas niñas pequeñas había un proceso de disciplina, de autonomía, de ilusión. Detrás de cada paso de las medianas había mil enseñanzas y mil experiencias compartidas con unas niñas que ya, a esas alturas, se habían convertido en amigas y confidentes. En aquel lugar, las mayores gestionaban desde la responsabilidad el aprovechamiento del tiempo como ninguna otra, aprendían a optimizar las horas y seguir bailando. Esas tenían más vivencias de vestuario y el vestuario, en este lugar mágico era mucho más que el espacio para vestirse de ballet. Todas ellas, entre intercambios de maillot y prestarse complementos, habían descubierto a esas otras niñas, niñas con otras realidades, no siempre iguales entre ellas, todas niñas. Niñas con las que luego harían algún paso a dos, niñas con las que crecerían y con las que compartirían mucha parte de sus vidas.

Las niñas de ese lugar mágico abren hoy el telón de nuestro teatro. Allí estarán ellas, con todo lo aprendido, con todo lo trabajado, allí estarán desde dentro alguna abogada, alguna ingeniera, doctoras y enfermeras, alguna arquitecta, porque quien lo ha sido, con o sin zapatillas de punta, no deja jamás de ser, una niña del ballet.

Allí estará hoy, en el primer bastidor quien desde la dulzura y la profesionalidad guarda ese lugar. Quien ha sabido conservar la esencia, quien ha mantenido viva la magia, la que nos sigue regalando ilusión a las cientos de niñas que bailan, a las no tan niñas. Gracias por seguir haciendo tantas niñas del ballet. Gracias por este ballet mágico.

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