Resulta doloroso ver una semana más la ciudad de Córdoba vacía, sin actividad. Ciudadanos que aligeran el paso, que no se detienen a conversar con nadie. Negocios cerrados, trabajadores que esperan mantener sus puestos, otros que ya saben que están en el paro y muchos que se resignan al recorte de un expediente temporal de empleo. Empresarios que se plantean -si no lo han hecho ya- el cierre total de esa actividad en la que tanta ilusión habían puesto y familias enteras buscando qué asociaciones se encargan del reparto de alimentos básicos porque la economía del hogar ya no da para más. Es un escenario que se está viviendo en Córdoba, en los municipios de la provincia y en toda España a causa de la alarma sanitaria del covid-19.

Nuestro único consuelo es que, llegado el caso, nuestra sociedad cuenta con unos profesionales excelentes en la sanidad, la seguridad y otras áreas que se están desviviendo por todos. Personas (ellas sí) que tienen claro que no quieren dejar a nadie atrás, que están dando todo lo que tienen por los demás sin esperar nada a cambio.

Con este panorama, cerramos una semana en la que la sociedad sigue demostrando que está muy por encima de nuestros dirigentes, unos días en los que la política está llegando a tal nivel de vileza que uno se cuestiona si tendrán la capacidad alguna vez de detenerse a reflexionar y hacer examen de conciencia sobre lo que hacen.

Pero antes de abundar en ese asunto, permítanme que salve, en la medida de lo posible, a muchos alcaldes y concejales de las ciudades y pueblos. Están demostrando mucha más sensatez (y estilo) que sus líderes de partido y son los únicos que nos quedan -en política- a los que agarrarnos. Cierto es que algún que otro mensaje malintencionado también se está viendo, pero nada comparable a lo que pasa a escala nacional.

El Gobierno se está mostrando incapaz de no solo de atajar la crisis, sino de transmitir a los ciudadanos la serenidad y la confianza que la situación requiere. Pedro Sánchez gobierna a golpe de ocurrencia con un gabinete dividido e incapaz y se ve arropado por un PSOE servil y perdido -nunca los socialistas tuvieron una portavoz con tan escasa capacidad como Adriana Lastra-. Lamentable.

El PP está demostrando que no tiene líder, que es un partido que solo sabe tener visión de estado cuando gobierna y que Pablo Casado no da la talla. Si le sumamos a personajes de la incompetencia de Teodoro García Egea o la soberbia de Cayetana Álvarez de Toledo, pues está todo dicho.

Vox y Podemos, con Pablo Iglesias y Santiago Abascal, hacen su papel de demagogos, revistiendo de modernidad preceptos políticos viejos, de dudosa vigencia democrática y que solo buscan la confrontación y el sectarismo. Parece que son ellos -y solo ellos- los que deciden quién pueden formar parte del pueblo (de la gente) y quiénes son patriotas fieles. Ciudadanos, ni está ni se le espera, y al resto de fuerzas solo les interesa una parte de este país, no el todo. Pasan.

Con este panorama, se concluye que no nos merecemos esta clase política. Y pregunto: ¿no es mejor que bajen el tono y hagan algo por nosotros? En otras palabras: ¿no les da vergüenza? A mi sí, de todos ellos.

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