Argumentar es, básicamente, dar razones para sostener una posición. Yo sostengo que debo agradecer y reconocer públicamente algo a alguien. Voy a argumentarlo. ¿Qué pensaremos de un grupo de adultos que durante año y medio se reúne periódicamente y se mete dos o tres horas de domingo para escuchar activamente una sesión heavy de derecho que versa sobre argumentación jurídica? Que son muy friquis, bastante. Dicho grupo, conformado por personas de varios países iberoamericanos, ya viene algo enseñado: son profesionales de la práctica jurídica en diversos campos y, aunque algunos lo sean realmente, ponderaremos que todos son arrebatadoramente jóvenes. Estas personas hacen equilibrios funambulistas en sus ocupaciones, paran máquinas y estudian planteamientos teóricos sobre silogismos, falacias, inducciones, deducciones, abducciones, subsunciones, normas, sentencias y se pasean desde Aristóteles a Alexy, con paradas en los puertos de Toulmin, Dworkin, Kelsen, Ferrajoli o Viehweg, por decir, y los llevan a la práctica forense con la misma naturalidad que, antes de esto, invocaban el artículo tal de la ley cual en sus planteamientos reales de defensa. ¿Esto gusta? Pregunta incompleta: esto entusiasma. Y la culpa del entusiasmo tiene nombre propio y apellidos: Juan Antonio García Amado.

He tenido la inmensa fortuna de compartir con un grupo extraordinario de compañeras y compañeros, juristas prácticos de diversos países, la fantástica capacitación que ha ofrecido el Máster de Argumentación Jurídica, dirigido por el catedrático de la Universidad de León, Dr. García Amado. Es seguro que no se encontrará un elenco docente de este nivel y generosidad (Garzón, Gimeno, Bonorino, Santibáñez, Nieva-Fenoll, Gascón, Marcilla, Moral…) y es aún más seguro que el grupo humano que lo ha formado ha tejido una relación de solidez, colaboración, respeto y admiración intelectual cuyo argumento-criterio es, únicamente, la libre voluntad de hacerlo, porque sí. Perdurará. García Amado ha ahormado todo ese material técnico y humano y ha compuesto una obra memorable, porque, aunque no trascienda al foro (que lo hará), ha marcado la memoria futura de gente madura, que ya empezaba más a recordar lo hecho que a querer seguir haciendo. Ese es el gran mérito de García Amado: contagiar el placer de cuestionarse, extender el gusto por la crítica razonada, crecer porque se quiera, no porque se necesite. Aprender porque eso sirve en sí mismo. Salvar el derecho.

Ayer terminamos, a falta de la investigación personal de cada cual. Sin ponderar las consecuencias, interrumpimos la sesión al profesor García Amado, le quitamos la palabra, la tomamos nosotros y brindamos, con buenos vinos, por la amistad y el conocimiento, por la oportunidad que hemos tenido y por la fortuna de aprovecharla. Hemos aprendido y debíamos reconocerlo. Lo hicimos. Y a Juan Antonio García Amado no le agradecimos estar; a García Amado, a Toño, le agradecimos ser.

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