Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Los apaches

LA realidad salvaje, su semilla, es un aluvión de lluvia seca, una espuma recia a discreción que habla por los poros de la acera. Estamos en diciembre y estamos en septiembre, parece que este curso no acaba de arrancar, no se decide, es una sentencia sin firmar que lleva exactamente nuestro nombre, todo nuestro historial de piel sanguínea, y también la condena a la quietud. Vamos avanzando sin andar, nada se decide a nuestro encuentro y no hay sino piedad delineada en la superficie del espejo. Vivimos como siempre y somos lo de siempre, pero al oeste hay apaches. No se ven con cierta claridad, no se presencian, pero quizá se pueden intuir justo en la frontera de las cosas, hablan de una niebla indefinida que se avecina lenta, de un fuego invisible, de una destrucción de roce acuoso acechando el revés de las ventanas, su tibia claridad.

Al oeste hay apaches, quizá como amenaza. Cada uno tiene sus temores, y casi nunca son del todo confesables, y a veces ni siquiera se pueden definir. Existen, y ya está. El miedo es una sombra que se aleja de aquí, se ha escapado ya de nuestros pasos y no se ha contenido en una silueta que ahora es vapor caliente. Escuchamos incluso los caballos, y trotan a lo lejos, y es el caballo pálido y brioso, plateado y suave, de Buffalo Bill cabalgando a través del poema de E. E. Cummings, o es quizá Wyatt Earp quien ya se ha retirado de su rastro de pólvora y heridas, cobrizas, de un daguerrotipo que conservó Tom Mix, porque cualquier trabajo noble acaba siendo un oficio de fracasados, y llega también la hora en la que Wyatt decide abandonar el viejo Oeste para refugiarse en otro mundo, en otro nuevo mundo, el Hollywood que aún fue Hollywoodland, el de aquel cine mudo que supo transformar el sueño en realidad.

Los apaches llegan desde Atocha o de cualquier otro lado. Los apaches llegan a caballo de un poema de Jaime Gil de Biedma, como la voz del padre en la espesura de un tiempo amarillo, confortable, viene desde Radio Pirenaica con el último verso que escribió Antonio Machado. Dentro de un bolsillo está la vida, si una sola frase puede darnos unas coordenadas de verdad. Pero si esa verdad puede ceñirse entera a un libro, a una conjunción de unos poemas que son el testimonio de esa vida, hemos encontrado un compañero que puede resguardarnos desde el fondo más duro de nosotros, de nuestra carne íntima. Es lo que sucede con Al Oeste hay apaches, el libro de Rodolfo Serrano que se presenta esta tarde en la sala Vimcorsa: que puede defendernos del futuro, que sabe vaciarse en el pasado como una espina única y dorsal, quizá una rúbrica, de una declaración de humanidad.

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