Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Los apaches de Rodolfo Serrano

RODOLFO Serrano no es un poeta, porque jamás se ha buscado la vida en la poesía, sino que ha hecho, a grandes trazos, a íntimos y castizos trazos, toda una poesía de la vida ahora concentrada en su poemario Al Oeste hay apaches. Hay una similitud, quizá pared contigua, entre la estupenda obra de narrativa negra Un único crimen, su anterior libro de poemas Especial para cócteles y este nuevo libro, nuevo ciclo, quizá refinamiento más humano: que, en realidad, siempre anda Rodolfo hablando de lo mismo, el hombre en su vertiente más tangible, visible, encarnecida, el hombre junto al bar, cuando está solo, el hombre ante sí mismo, cuando está más solo todavía, el hombre ante los otros, que también están solos. Hay soledad en estos poemas, pero una soledad celebratoria en su condición de libertad cogida por los pelos de la vida. Hay vino y hay tabernas, pero no en el sentido episódico de los escritores costumbristas, por mucho que en Rodolfo la costumbre entusiasta de vivir sea tabernaria, muy elegíaca, a la manera de su entrañable Manuel Conde y su admirado Claudio Rodríguez: porque en Rodolfo Serrano, como en los buenos escritores, los escenarios también cuentan, y cantan, y pueden dialogar con uno mismo. Hay presencia alterada del alcohol, de su dimensión social de tascas y de noche, de una pulsión tensada hacia la calle, es una manera de vivir, un vínculo abierto hacia los otros, compañeros también de barra y vida, de la misma manera que los poemas de Rodolfo son, también, un abrazo abierto hacia mañana, pero también hacia ayer: el culturalismo, las citas interpuestas, nos hacen encontrar entre sus versos no sólo préstamos felices de Antonio Machado o José Agustín Goytisolo, sino también, hermosa y sorpresivamente, del mejor Jaime Gil de Biedma, con lo que la poesía de Serrano entra sin ruido, pero con implacable suavidad, en la gran tradición culturalista.

Rodolfo Serrano, en el fondo, es un culturalista que no quiere ir de culturalista, por mucho que haya leído mucho y bien no sólo a los clásicos, sino también a sus contemporáneos, del mismo modo que es un poeta real que, realmente, nunca fue de poeta por la vida. Quizá por eso mismo le ha salido este estupendo libro de versos en el que, como en el caso de Gil de Biedma, los dos principales temas son el paso del tiempo y él mismo, el sujeto poético que asiste a su derrumbe, al decaimiento moral de sus valores, a un tiempo objetivo que es más cínico, donde los hombres solos ya no dejan pisadas en la lluvia. Éste es un libro de una gran belleza y una gran verdad, quizá porque la auténtica poesía, aunque también es emoción estética, necesita ser escrita, paradójicamente, no como pretensión estética, sino como una aspiración del corazón.

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