Un año para olvidar

Como símbolo de un dios Jano bifronte, las crisis siempre perjudican a unos y benefician a otros

O mejor dicho, para no olvidar y tenerlo siempre presente. Pero el ser humano es tozudo y olvidadizo, volviendo una y otra vez a tropezar en la misma piedra. El año que hoy termina, como casi todo, no tiene dos, sino miles de lecturas. Como símbolo de un dios Jano bifronte, las crisis siempre perjudican a unos y benefician a otros, aunque como se suele decir de las guerras, no existen ganadores, sino que ambos bandos son perdedores, eso sí, unos más que otros.

La sociedad infantiloide en la que vivimos no es ni mejor ni peor que otras que solo conocemos de oídas; es sólo eso: inmadura. Hemos vivido como en una infancia permanente, una especie de síndrome de Peter Pan social al que habría que ponerle nombre para identificarlo mejor, en el que primaba la diversión, el ideal de la eterna juventud, la solución inmediata a todos los contratiempos posibles y una vida al día sin ningún futuro al que temer, porque para eso estábamos a cubierto bajo el paraguas protector de ese papá llamado Estado, al que imaginamos como poseedor de soluciones para todo y recursos inagotables. De manera recíproca, papá Estado se sentía cómodo y feliz de tener a todos sus polluelos alrededor, satisfechos de disponer de sus migajas, sin rechistar. Estómagos agradecidos saciados de vulgaridades, comportándose de forma obediente y sumisa sin crear el más mínimo problema al papá protector.

Ha bastado un imprevisto, como suele ocurrir, para que las carencias afloren y la verdad resplandezca. Tan solo un agente patógeno de tamaño microscópico para que gran parte del tinglado se haya venido abajo y cunda el pánico. El sistema sanitario se ha demostrado que era insuficiente y solo el tesón y la gran profesionalidad de los sanitarios ha conseguido mantener el tipo. El sistema educativo, mil veces reformado y mil veces empeorado, se ha visto desbordado por unas necesidades para las que no estaba preparado y sus carencias se harán notar, aún más, en generaciones futuras. Y así podríamos seguir detallando necesidades anunciadas y denunciadas en numerosas ocasiones, como el imprevisto accidente de la pandemia ha llegado a demostrar. Ha sido como la prueba de estrés al que se somete a ciertos pacientes para poder detectar su enfermedad. Preocupa que, una vez llegados al diagnóstico, no estemos en manos del médico adecuado para instaurar el tratamiento correcto. Un año para olvidar.

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