LA crisis ha sido el reconocimiento de un fracaso y su gestión ha supuesto otro fracaso. Es un gran fracaso cambiar el gobierno tan pronto y despedir a cinco ministros que solamente llevaban un año ejerciendo (más el cese, con anterioridad, del titular de Justicia). O se equivocó el presidente al nombrarlos o la crisis no prevista ha arruinado su solidez.

La gestión de la crisis ha añadido un plus de fracaso al fracaso. Ningún presidente de la democracia ha tenido que leer en los periódicos el contenido de la remodelación que sólo a ellos compete dos o tres días antes de cuando pensaba anunciarla y justo en el momento en que pensaba encandilar a los medios y, a través suyo, a los ciudadanos con la perseguida foto con Obama y la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Al final el único encandilado ha sido el propio Zapatero.

Suárez, González y Aznar tuvieron que soportar rumores, especulaciones e intoxicaciones sobre sus planes de crisis, pero a ninguno de ellos le estropearon el factor sorpresa. Ninguno tuvo que ver cómo los ciudadanos conocían sus intenciones de crear una nueva vicepresidencia ni sabían que su titular iba a ser el presidente de la más influyente comunidad de dominio socialista, o de elevar a la ministra Salgado a la vicepresidencia que dirige la política económica o la de completar la irrupción del PSOE en el Gobierno encomendando al vicesecretario general, José Blanco, el Ministerio de Fomento.

Todavía encuentro yo otros motivos para seguir hablando del fracaso de Zapatero. La reorganización interna de las competencias en el Gobierno ha sido un fiasco: Universidades, que se arrebató a Educación, vuelve a este departamento, y la Política Social, que se añadió a Educación, se atribuyen ahora a Sanidad. Calculen el coste de cambiar rótulos, cartelería, membretes y tarjetas. No se ha producido tampoco el cacareado reajuste de gastos y recorte de carteras; siguen los diecisiete ministerios, y uno de ellos , el de Administraciones Públicas, se eleva a rango de vicepresidencia. Zapatero ha querido disimular su frívolo compromiso de crear un Ministerio de Deportes haciendo depender de él mismo la Secretaría de Estado que ahora controla esta materia. De los cinco nuevos miembros del Gobierno habrá que seguir hablando, pero llama la atención que esta crisis se carga -insisto, en doce meses- a dos de las figuras presentadas como estelares por el presidente que los nombró, Bernat Soria y Mercedes Cabrera.

Y otra cosa: ¿qué pasaría si en las elecciones europeas el PSOE pierde con estrépito? Pues que este Gobierno presentado como de "nuevo impulso y más fortaleza" estará en buena parte quemado. Y no un año sino dos meses después de tomar posesión.

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