La amada libertad

Palabras como patriotismo o ciudadanía recobran su sentido prístino cuando se trata de hacer frente a los déspotas

Hay quienes se emocionan de corazón con los himnos o las banderas y quienes se declaran indiferentes a su retórica, pero al margen de la mayor o menor afinidad que uno sienta hacia los que tenga por propios, si es que algunos le inspiran alguna clase de sentimiento, la significación de aquellos puede variar con el tiempo y estrecharse, como le ha ocurrido a la tricolor que encarnó el sueño malogrado de la República española, hoy apenas enarbolada por los herederos de los que conspiraron para derribarla desde dentro, o bien ampliarse hasta convertirse en símbolos de alcance universal, como sucede con La Marsellesa que es, aunque represente al país en las ocasiones solemnes, mucho más que el himno nacional de Francia.

En una de las deliciosas miniaturas que componen su colección de Momentos estelares de la humanidad, cuenta Stefan Zweig la historia del oscuro diletante, Rouget de Lisle, que ideó un canto nacido de un encargo de circunstancia y destinado a transformarse, casi por azar, en el emblema sonoro de la Revolución por excelencia. Compuesta la noche del 25 de abril de 1792, o más bien la madrugada del 26, que el capitán Rouget pasó en vela para afinar los acordes y la letra de un himno que acompañara el avance del ejército del Rin sobre el enemigo prusiano, movido, dice Zweig, por un entusiasmo que le llevó a trascender sus límites, la marcha nació como por arte de magia de un ingenio mediocre y se interpretó ese mismo día por primera vez, ante la audiencia de un salón de oficiales de Estrasburgo. Pero serán, meses después, los famosos quinientos voluntarios de la Guardia Nacional de Marsella los que la asuman como propia en su camino a París y ya en la ciudad que muy pronto verá caer al Rey la conviertan en el himno triunfal de la nación en armas. Veíamos la otra noche la película entre pedagógica y propagandística que le dedicó Jean Renoir, filmada en vísperas del inicio de la Segunda Guerra Mundial y de la larga noche de la Ocupación, durante la cual el himno volvería a ser prohibido, y entendíamos mejor el carácter sagrado que llegó a tener, como luego en la célebre escena de Casablanca, para los resistentes al nazismo de dentro y fuera de la Francia sometida. Palabras como patriotismo o ciudadanía, que en las sociedades no esclavizadas pueden sonar grandilocuentes o incluso ambiguas, recobran su sentido prístino cuando se trata de hacer frente a los déspotas y de defender la libertad -la amada libertad- del acecho de la tiranía.

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