La alcaldesa de Córdoba vive instalada en un programa retórico de automatismos embellecedores, en una especie de laboratorio de buenismos que representa la fachada más empalagosa e inane de esa manera de hacer política (?) vinculada a las liviandades de la posmodernidad. Si habla de la ciudad, es la ciudad de las personas, la ciudad de los derechos. Si habla del Festival de la Guitarra, es el festival de las emociones, el festival de las complicidades. Sin carrera universitaria, afirma que tiene "la licenciatura de la vida", que es algo que se adquiere en el coche oficial. Está abonada a un filón sintagmático que busca la superación por vía verbal de lo que en su esencia o en su coyuntura es mediocre. Como si fuera posible mejorar una realidad por mera voluntad enunciativa, convertir la pobreza o la normalidad en excelencia por un simple giro semántico. Como si las carencias de la gestión pudieran ser continuadamente encubiertas o compensadas con el humo perifrástico, que además sugiere la concesión de cualidades genuinas, incomparables, inéditas, al tema en cuestión, como si las otras ciudades no fueran de las personas, como si en otros festivales no hubiera emociones.

Habla siempre como frente a un auditorio preescolar con el que comparte su realidad de lilas, su paradigma de azúcar, su vapor lingüístico, su norte de melodía. Aplicada al ámbito doméstico, la cosa es inquietante. Debe de ser que esta mujer hace cada día el desayuno de las ilusiones, la siesta de la humanidad, la compra del pan de la tolerancia, la ducha de las oportunidades, la cena de los pajaritos.

En su lunes de confeti va por su camino de baldosas amarillas creando la comisión del afecto, pisa la calle del abrazo para mantener la reunión de la sensibilidad, y en la mañana de la justicia se toma el café de la confianza con la tostada universal o los churros del lirismo. Y así.

La alcaldesa Hileret hace su política Disney con la voz de la caricia y la mirada del encuentro, llena de ideas suaves, sonrisas prefabricadas y argumentos naifs. Con su provisión de globitos y ambrosía sabe los secretos del arco iris, como una Dorothy que cruza Oz con sus compañeros de aventura, que en este caso son los asesores. A su paso va atribuyendo bondades por vía léxica a realidades que se quedan como estaban… En fin, les dejo, que tengo que seguir haciendo el periódico del entusiasmo en el verano de las libertades.

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