Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El acento cordobés

HAY más sabiduría en el silencio de cualquier taberna cordobesa que en la imbecilidad de unas palabras. Esto debe servirnos de premisa, de fuste en el arreo hacia una estupidez que se sitúa, en realidad, fuera del arenal político, que no pertenece a la batalla política: es otra cosa. Lo que subyace en las declaraciones de esta mujer no es una antipatía hacia lo andaluz, sino la punta exacta del iceberg social, norteño a veces, que siempre ha desdeñado a lo andaluz, que ha intentado convertir en chiste lo andaluz y ha ejercido formas de racismo al tratar lo andaluz. Esto ha sucedido, y asunto distinto es que lo andaluz, en sí mismo, parta de una esencia tan sólida y concreta, tan vasta y fecundísima, que no ha necesitado vindicarse ni darse a conocer, porque su planta tartésica en la sombra, su arquería fenicia y griega, su muralla romana y su oropel omeya, su carne en pan de oro y todo el 27, más Juan Ramón Jiménez, es una herencia más que suficiente como para alardear de lo que se posee de veras. Otros, claro, han de alardear de lo que no poseen, y por eso se agarran al acento purísimo, que guarda en su interior laísmos insufribles dolientes al oído. A todo esto debemos añadir lo específicamente cordobés, Góngora y Cántico, Pablo García Baena, como una de las señas de identidad de un pueblo que ha tenido siempre sentido del humor consigo mismo, que ha aprendido a reírse de sí mismo respetando al tiempo a todos los demás, pero consciente de ese saber atávico, la sedimentación de pueblos contrapuestos, que es también nuestro acento y el acento de Córdoba, que es la filigrana de una respiración.

Que la gran poesía española del siglo veinte es andaluza es una realidad. El andaluz, entonces, no presume, pero tampoco debe disculparse por su arranque de voz que es una música, ni mejor ni peor, pero la nuestra. En el fondo, la transparencia de esta estupidez se ciñe sólo a sí misma y puede resbalarnos con holgura, pero hay que matizar algunas cosas o dar su sitio exacto a estas palabras. En Córdoba tenemos una palabra para describir esta figura, que vence o que se agranda sobre las medidas de la mera memez: se trata del fartucco, así, con doble c. A uno se le llena la boca cuando le dice a alguien fartucco, así, con doble c. Fartucco, o fartucca, es mucho más que tonto, es mucho más que tonta; y no lo digo por ella, sino sólo como información complementaria: aprecien su fonética tangible, cómo se masca entera al pronunciarla, cómo se proyecta y cómo late. Fartucca. Esta buena palabra se habla en Córdoba, en las tabernas y en los hoteles de Córdoba, y se entiende perfectamente en todos los idiomas.

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