Durante las campañas electorales se dicen muchas tonterías. Las primarias del PP no son una excepción. Causa una mezcla de sonrojo y bochorno oír a Esperanza Aguirre, siguiendo la estela de su patrocinado Pablo Casado, atribuir la pérdida de cuatro millones de votos a "las políticas de Soraya". Ignoro a qué puede referirse pero no ofrece duda que falta a la verdad: la huida de esos millones de votantes tiene su causa principalmente en el terremoto de la corrupción, cuyo principal epicentro se localizaba en Madrid durante su presidencia. Fue ella quien eligió para altas responsabilidades a González, Granados, López Viejo y tantos otros: su buen ojo es legendario. De ello son conscientes, estoy seguro, muchos de los alcaldes, presidentes de Diputación o de comunidades autónomas que sufrieron en sus carnes la pérdida del poder no por su mala gestión, sino por los episodios de latrocinio que se sucedían con demasiada frecuencia. No menos lamentable es el vídeo que ha circulado ofendiendo gravemente a destacados dirigentes populares que, curiosamente, apoyan a Soraya Sáenz de Santamaría: ¿todo vale?, ¿tan poco importa la unidad del partido?

La mayoría de votantes del PP están convencidos de la conveniencia de que la elegida sea Soraya. Por su experiencia de gestión, por su capacidad de ensanchar la base electoral del partido, por su imagen. Además, gran parte de los valedores de la candidatura de Casado, que sugieren un volantazo hacia una derecha radical en la que ni se ganan elecciones ni se identifica ya la sociedad española, han planteado esta elección en los términos de un enfrentamiento entre el aznarismo que él representa y el marianismo: si el dilema es elegir entre Aznar-Casado y Rajoy-Soraya, la victoria de ésta será arrolladora. Nadie olvida que la llamada corrupción del PP que ahora se juzga se fraguó en los años de poder omnímodo de Aznar.

Yerra Casado al hablar de las políticas de Soraya: las políticas por él ahora cuestionadas -después de un estruendoso silencio que ha durado años- no son sino las del gobierno del Partido Popular, del que él era alto dirigente y en el que ha desarrollado la totalidad de su carrera no solo política sino profesional; las políticas de un gobierno presidido por Mariano Rajoy -al que el tiempo situará en el lugar que le corresponde como gobernante extraordinario que evitó el desastre- y al que el principal valedor de Casado, el expresidente Aznar (cuyas concesiones al nacionalismo catalán no han sido glosadas suficientemente), ha tratado de ningunear permanentemente desde la soberbia y la deslealtad más absoluta. ¿Aznarismo? No, gracias.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios