Vox ha tenido su primer éxito político transversal. Esto es, una medida suya ha sido aplaudida por gentes del más diverso espectro político. Ha sido negarse a asistir a un encuentro con representantes de Irán en la Comisión de Exteriores porque estos impusieron un protocolo ofensivo para las mujeres. No podían dar la mano a los iraníes ni tampoco mirarlos a la cara, si estaban cerca.

Lo sucedido tiene su importancia para el partido de Abascal. Le da aire, siendo una formación estigmatizada a la que se tilda automáticamente de machista, como se nota en los circunloquios y prevenciones que se hacen ahora antes de decir que Vox ha estado muy bien. Sería más útil si tantas energías se empleasen en descartar tópicos de gatillo fácil. Con todo, eso tiene una importancia limitada a un grupo. Lo preocupante es que en el Congreso se aceptasen sin pestañear unas condiciones discriminatorias. Y lo positivo es que, en menos de dos horas, todos se subiesen al carro, con lo caras que están las unanimidades. Se suspendió el saludo protocolario en cuestión.

Para España, con la conflictividad política que arrastramos, es muy trascendente que existan estos aplausos perpendiculares y contagios éticos, porque ayudan a tejer una red social cruzándose y saltando sobre las paralelas rejas ideológicas de cada cual por su carril. Se trata de no dejar que las ideologías enturbien las ideas ni que los conjuntos excluyan los consensos ni que los prejuicios impidan los juicios, para decirlo más claramente. Cada vez que puedo, alabo la postura de la vicepresidente Calvo contra los vientres de alquiler. (Aprovecho para hacerle otra reverencia y homenaje, y mandarle mi apoyo, que todo es poco para ese debate.)

Y lo ideal sería que, sobre lo bueno, aspirásemos a lo mejor. ¿No empieza a ser hora de que abramos un debate sobre el feminismo? No parece muy coherente que los políticos que impulsan leyes de cuotas y normas diferentes por sexos, ya sea para condenar más las mismas conductas penales o para tener que pagar menos en las matrículas de ciertas carreras, y los partidos que nos imponen el lenguaje de género, luego traguen ruedas discriminatorias de molino en la mismísima sede de la soberanía nacional. Algo chirría. Es, naturalmente, un debate difícil, donde volverán las posiciones divergentes, aunque ya ha quedado demostrado que hay posibilidades de acuerdos básicos y aprendizajes mutuos.

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