Virales

Bulos y banalidades conviven con las noticias sesgadas en un concentrado previsiblemente indigesto

Las metáforas sobre el fuego son habituales en la tradición lírica que contiene multitud de ejemplos memorables como los vestigios de una antigua llama del gran poeta latino o las medulas que han gloriosamente ardido de nuestro cojitranco señor de la Torre de Juan Abad, pero no es lo mismo decir que arde el mar, en el feliz hallazgo del joven culturalista, que aplicar la ya tópica imagen, según es ahora costumbre, a las redes donde desperdician su tiempo quienes se alimentan sólo de chismes o majaderías noticiosas, han renunciado a beber de fuentes más nutricias o dignas de crédito y no pueden pasar ni un minuto sin reclamar su ración de forraje. Arden las redes es la expresión ya acuñada cuando se quiere señalar que algo, una frase impactante o un vídeo no siempre divertido, es profusamente reenviado por los miles de zoquetes ociosos que se prestan a compartir o comentar la última gansada, obra de provocadores profesionales, políticos bocazas o los famosos de turno, sin olvidarnos de esos moralistas impenitentes que son quizá la peor especie y a los que se distingue bien del resto porque no pierden ocasión de subirse al púlpito para abroncar a la parroquia. Vinculada a la anterior, otra de las expresiones al uso, la que dice que cualquier mamarrachada se ha hecho viral, ha sido igualmente acogida por los medios que no saben ya qué hacer para descender al nivel de los usuarios más embrutecidos, empeño a la postre inútil porque todo este tráfico inmundo no precisa de intermediarios para reproducirse -hay que reconocer lo ajustado de la nueva acepción, admitida por el Diccionario de la Academia- como los gérmenes infecciosos. Nos decían los funestos pedagogos de avanzadilla que el conocimiento no era ya estrictamente necesario y que en nuestro tiempo global e hiperconectado, con toda la información al alcance de un clic, sólo había que saber buscar, pero lo cierto es que sin un mínimo criterio esa búsqueda se dirige demasiado a menudo a los cenagales donde bulos y banalidades conviven con las noticias sesgadas en un concentrado previsiblemente indigesto. No todos los adictos a las redes pueden definirse como adoquines hiperactivos, por supuesto, y en realidad cabe la sospecha de que los más obtusos, aunque mimados por quienes se ganan la vida persiguiendo la atención a cualquier precio, no sean tantos como se deduce de las expresiones que aluden a su ardor febril o contagioso. Está por estudiar la relación entre la tecnofilia y la estulticia, que permitiría identificar a los ávidos bobonautas con los tontos de toda la vida y acaso rebajaría los humos de los que dándoselas de modernos y enterados se limitan a ofrecerles pienso.

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