Veredas livianas

Noelia Santos

nsgemez@eldiadecordoba.com

Viajes en el tiempo

Todo se resume en la destreza de una ciudad para situarse en la cúspide del nacimiento de la primavera

Nada tiene que ver el DeLorean con el titular de esta columna. En esta historia no hay un Marty McFly liándola parda con el doctor Emmett Brown e intentando que el presente no sufra las consecuencias de sus viajes en el tiempo. Esto tiene más de local y más de arraigo que cualquier otra cosa y solo pasa aquí, en Córdoba, la ciudad que adelanta la primavera y la sitúa en febrero, jugando a su antojo con los meses y los días, colocando un azahar en flor por aquí, unos 25 grados por allí, para que le quede la estampa que ella se ha construido en su imaginario.

En Córdoba, ya se sabe, la primavera empieza cuando quiere. Y más allá del calor o de los naranjos pariendo flores hay un síntoma que evidencia esta hipótesis ya más que confirmada y convertida en hecho: los caracoles. Sí, esos moluscos gasterópodos, que a algunos les dan más asco que otra cosa y que a otros les abren la senda de la felicidad, son los culpables de que aquí al invierno le digamos adiós antes que en ninguna otra parte.

Un puesto por aquí, un puesto por allí. Vendedores ambulantes en las puertas de las plazas con sus mallas repletas de bichos queriendo escaparse. "Todavía no están buenos", "es que vienen de Marruecos", "pero qué dices alma de cántaro, son de criaderos", "me da igual la procedencia, por mí se pueden quedar todo el año".

Pues sí, qué más da de dónde vengan ni cómo se cocinen si al final el mundo del caracol va más allá del "relléname el vaso con un poquito de caldo, anda". Aquí, más que un evento gastronómico, los caracoles son una experiencia, una manera de vivir la ciudad de otra forma, de colgar el chaquetón y salir a la calle a disfrutar del buen tiempo. Así llueva, "¿qué más da?, si hay caracoles".

Qué bonita la capacidad de encontrar en algo tan simple un cambio de etapa, de época, de estación. Qué buena la sensación de saber que si la terraza de aquel o este bar está llena, siempre quedará un huequito en la barra del puesto de la Magdalena, o en la avenida de Granada, la estación, Cruz de Juárez, donde sea.

No se trata ya del gusto por este manjar (preferiblemente chico y en caldo), ya que los agnósticos a probarlo están en todo su derecho (ellos sabrán). Todo se resume en la destreza de una ciudad para situarse en la cúspide del nacimiento de la primavera.

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