Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Viaje al pasado

Sostenía Hannah Arendt que no es el presente el que conduce al futuro: es el futuro el que conduce al pasado

Sobre el traslado de los restos de Franco, escuché a Teodoro García Egea decir en la radio lo siguiente: "Me interesa mucho más el futuro de mis hijos que el pasado de mis abuelos". Como sentencia, la cita resulta, desde luego muy razonable: sólo un exceso de catequesis, o de algo peor, invitaría a hipotecar la vida de los hijos a mayor gloria de la memoria de los abuelos. Pero semejante concepción del tiempo, estrictamente lineal y resuelta un tanto a base de capas que se van desprendiendo, se corresponde con una idea de progreso que, me temo, no hay más remedio que someter a crítica. Hannah Arendt lo expresaba de manera meridiana: "Frente a la convicción general de que el presente conduce al futuro, es el futuro el que nos conduce continuamente al pasado". Siempre estamos volviendo al lugar de donde venimos. Y no hay que entender esto como una maldición divina digna de Sísifo, ni como la negación de la evolución más elemental que hace posible la supervivencia, sino como la evidencia de que cuanto hemos sido, bueno y malo, se queda siempre con nosotros. Cuando hablaba del eterno retorno, Nietzsche se refería a esta misma idea a modo de axioma ético: corresponde, venía a decir, hacer las cosas como si sus consecuencias fueran a durar siempre. El tiempo no sólo no pasa; es lo que único que permanece.

De modo que el futuro de nuestros hijos nos conduce, quién lo diría, a nuestros abuelos. A Grecia, a Roma, a Al Ándalus, a la Guerra Civil y al franquismo. Nunca ha habido, ni histórica, ni biológica ni antropológicamente, nada parecido a una tabula rasa. Ni siquiera en sistemas políticos que hacen precisamente del borrón y cuenta nueva su máxima: Lenin prometió que no quedaría en la URSS una sola iglesia en pie y el cristianismo se mantuvo entre los rusos en la clandestinidad a pesar de las calamidades. Pero estoy convencido de que Teodoro García Egea sabe bien que sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos no significa negar el futuro, ni anclarse en el pasado. Es muy cierto que el Gobierno ha sacado todo el rédito electoral posible de la operación, sin demasiada elegancia; pero también lo es que la presencia de Franco en el Valle de los Caídos constituía una anomalía significativa en el presente, no en el pasado. Por supuesto que hay cuestiones más graves de las que ocuparse y de las que este Gobierno no se ocupa, ni ahora ni cuando podía hacerlo. Pero las cosas importantes nunca deberían ir en detrimento de las urgentes.

Un servidor, de todas formas, no se confiaría tanto al progreso. Quién sabe de qué modo nos decepcionarán nuestros hijos.

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