Hay días que tienen poca importancia. El día 23 comienza tras el potente 22, el de la Lotería, el del Gordo. Lo más común es que no hayamos pillado nada. Quizás alguna devolución de algún décimo de por ahí o un poquito más que, total, como no es mucho, reinvertiremos en el Niño, y de esa forma, ya sí, cerraremos el círculo de la ilusión perdiendo definitivamente toda opción de premio.

Aunque un año más celebremos la buena salud que nos acompaña (¡burlas y más burlas de un tiempo graciosete!), el día 22 estamos pendientes del soniquete de la radio o las imágenes de la tele, de fondo, hasta que los premios van saliendo y, sobre todo, el Gordo. Luego nos gusta saber cómo de repartido va y buscamos las noticias de las gentes agraciadas, dando saltos de alegría en las puertas de las administraciones afortunadas por repartir fortuna, entre abrazos y buen cava, que todos seguimos llamando champán.

Y, chimpún, con la alegría amortizada de la felicidad ajena, amanece el 23 que es solo un paso necesario para los días grandes, el día de la Nochebuena, el día de Navidad. El 23 pasa porque tiene que pasar, pero nadie repara en que pasa. Hay veces que el día 23 se salva un poco de su destino irrelevante porque cae en fin de semana y resulta ser sábado o, mejor, domingo, y entonces uno puede otorgarle cierto valor, el propio de un finde, y con suerte de uno que se hace largo. Si las fechas combinan bien, te encuentras de repente con cuatro o cinco días de fin de semana, que no consideramos propiamente un puente porque la categoría Navidad, genérica, lo invade todo. Pero hay otras ocasiones que el día 23 suma a su condición prescindible una circunstancia cruel como la de hoy: caer en lunes. Entonces, ya es de traca porque el día, que pasa sin pena ni gloria, es el contenedor de las peores sensaciones: "para lo que voy a hacer"; "total, si no va a haber ni el tato"; "y encima me lo tengo que tirar entero trabajando". Cosas por el estilo. No es distinto a un lunes normal, en cuanto al ánimo, lo es en cuanto a la oportunidad, porque es un día que no sirve, joder, y menos si el de después es Nochebuena; eso lo sabe todo el mundo. En fin, para hacerle justicia y que lo tuviésemos en cuenta, deberíamos darle un nombre, más cuando cae en lunes. Si el 24 es Nochebuena, el 23 tendría que ser Maldía.

Y digo yo que se dirán: ¿a qué viene todo esto? Bueno, obedece a dos razones. La primera: tengo que publicar una columna. Eso exige una elección de temas entre los que estén de actualidad que puedan interesar. Haberlos, haylos. La otra es una cuestión de respeto. La Navidad, genérica, decía, lo invade todo. Entre cargar contra lo que pasa ahí fuera, un día 23 eterno -irrelevante, sin sustancia, anodino-, o despotricar contra esto de la fecha, me quedo con lo último. Raro sería que hoy lo estropearan más. Por si acaso, el consuelo es que también pasará. Y mañana, si quieren, a estar bien con los nuestros. Que eso sí cuenta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios