Ya está. Hay fecha. El 28 de abril, elecciones generales. Es decir, pasado mañana. Todos parecen preparados. Y, algunos, encantados con el acontecimiento. Yo no me sitúo en el encantamiento, aunque llevo defendiendo la convocatoria electoral desde hace nueve meses, justo cuando se produjo la moción de censura que, en mi opinión, debería haber servido -dado el inmovilismo inexplicable de Rajoy, (¡parece que hiciera un siglo de aquello!)- para convocar elecciones inmediatas. No lo sabremos nunca ya, pero aquel momento histórico quizás habría abonado menos el radicalismo que el actual. Me ubico, por tanto, en la normalidad democrática de querer decidir quién nos dirija, aunque sin grandes esperanzas.

Superado el debate de la necesidad de la convocatoria, resuelto por quien podía resolverlo, el Presidente, cosa que conviene no olvidar, vamos a constatar algunas verdades elementales. Las elecciones se convocan normalmente para ganarlas. Esto quiere decir que el cálculo del Presidente Sánchez no es casual. Lógicamente el escenario surge por la derrota parlamentaria de sus presupuestos, pero me temo que el vacío presupuestario no computa como daño irreparable: llevamos con presupuestos prorrogados un rato largo y los que se prorrogaron fueron los últimos presupuestos del PP, aprobados semanas antes de su caída. El debate se centra, ironías semánticas, en el conflicto catalán y el concurso de dos bloques, recuperando el dilema izquierda-derecha, simplificando todo mucho.

Sánchez es una caja de sorpresas. Va a definir el combate electoral como una suerte de plebiscito, no tanto por lo que ha hecho que, a pesar de la excesiva propaganda, no es mucho, sino por lo que podría hacerse. Presentará un modelo presumiblemente viable y amable frente a otro duro. El elemento plebiscitario no le perjudica, está por ver si le beneficia, pero no le resta, porque permite ocultar sus carencias propias en las del adversario y arrastrar para sí a los que, no muy convencidos, decidan elegir lo malo frente a lo peor. Y esos también suman.

Casado traslada precipitación y una cierta ansiedad. Hay muchas ganas y se percibe. Incluso a toda costa y ése puede ser un elemento que opere en contra de sus opciones, porque parecen pasar por un partido que se les escapó por la derecha y que está marcando su agenda. Si la tendencia sube, que todo apunta a eso, asumen el riesgo, también plebiscitario, de que el elector valore si quiere que también marquen su agenda de aspiraciones (y de miedos).

Matices. Llevamos más de un año respirando por el costado que quieren los Puigdemont de turno. Allí no se gobierna y aquí con mucha dificultad. ¿Y las cosas de comer? Muy aparcadas, cuando no invisibles. Una política basada solo en el tú no es insuficiente y desalentadora. Solo una alternativa completa puede alterar el tablero. Y sería muy conveniente.

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