Cambio de sentido

Turismo de interior

Propongo fomentar un viaje de interior y de aventura: ése que consiste en conocerse a sí mismo

No pertenezco al club -por cierto cada vez más populoso- de quienes dicen para sí "¡Por fin lunes!" o "¡Viva septiembre!", pero he de confesar que estoy encantada de volver a saludarles, al filo del nuevo curso, desde esta esquina del diario y de los martes.

Agosto es inhábil, nos recuerdan bedeles y ordenanzas, y ese adjetivo, que casi suena a insulto, sumado a la canícula, convierten este mes en un lapso de tiempo extraño, un tanto distorsionado y delirante, digno de observar. Las noticias se repiten año tras año no sólo porque mengua la actividad política, administrativa y judicial, lo que ralentiza la construcción informativa de la realidad. Se repiten porque agosto insiste en liberar el tiempo y su azar y en desplazar las obligaciones cotidianas, lo que nos obliga en gran medida a elegir otras o ninguna, a cambiar nuestra rutina, aunque sea por otra idénticamente rutinaria. Caen las firmes estructuras -puentes, paseos marítimos, matrimonios (los divorcios aumentan después del verano)-, aumentan los crímenes, y en las redes sociales hay quienes caen en la irritabilidad y el desespero y quienes dedican mucho esfuerzo en mostrarnos que su felicidad estival es, además de envidiable, estéticamente perfecta. Líderes advenedizos aprovechan el vacío y su eco para ponerse peligrositos, cebando su caladero de votos con irresponsables llamadas al miedo y a la inhumanidad. Otro guiri, y van 15, que con la papa se cae por el balcón (mientras defeca). Hordas repentinamente licántropas se apiñan para retratar la luna eclipsada a la que ignoran el resto del año. No es el calor, es el machismo y sus verdugos, que en esta época tienen más ocasión de estar en familia, lo que se ha llevado por delante la vida de 12 mujeres en lo que llevamos de verano.

A ver si va a llevar razón María Zambrano cuando advertía de que "nada hay que degrade y humille más al ser humano que el ser movido sin saber por qué, sin saber por quién, el ser movido desde fuera de sí mismo". A ver si va a llevar razón Jung cuando decía que los males que aquejan al mundo tienen que ver con nuestro dentro desatendido y lleno de tiestos. "Ocupados en atarnos los zapatos/ permanecemos quietos en el incendio", escribe el poeta Pedro del Pozo. Propongo fomentar los viajes de interior y de aventura: esos tan antiguos, baratos y délficos que consisten en conocerse a sí mismo. Menuda Ítaca. Quizá comprendamos entonces -ay Sartre de mi garlochí- que el infierno, tantas veces, no son los otros.

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