Trump y otros síntomas

Las ideologías desahuciadas en todo el mundo dictan aquí cada mañana la verdad oficial

Supongo que no sería admisible un análisis del primer año de cualquier mandatario en el que se afirmara que el balance es un conjunto de luces y sombras. Nadie podría pretender aliviarse de ese modo y salir airoso. Ahora bien, si se asegura que todo, todo es rematadamente negativo, un sinfín de enormes errores provocados por un demente y una corte de fanáticos racistas, xenófobos, machistas, ignorantes y horteras, entonces, una vez recogidos los aplausos, habrá mucho que explicar si, como es el caso, la economía crece, el paro se hunde, la confianza del país se dispara y, sobre todo, resulta que el horrible presidente al que nadie quiere se perfila ya para un segundo mandato según las encuestas y el grado de aceptación ciudadana en el país más democrático de la tierra. Demasiado que explicar, pensarán muchos opinadores, así que mejor no explicar nada y seguir moviendo el espantajo que para eso estamos en Europa y no en Michigan o Arizona.

Esto es lo que nos cuentan de Trump con casi total unanimidad los medios españoles, los mismos que no dan la menor noticia de las grandes manifestaciones provida de estos días en París y Washington -en la que por primera vez compareció un presidente norteamericano, y por cierto con un excelente discurso-, que no quieren saber nada de lo que implica el grupo de Visegrado, reforzado ahora con Austria, para el futuro de la UE, de los cambios consolidados en el comportamiento electoral de los europeos occidentales o de la creciente influencia de la Rusia de Putin. Para los medios españoles todo eso tiene un solo nombre, populismo, y una receta: ignorancia, caricatura y desinformación.

El aplastante dominio intelectual e informativo de la izquierda sobre la vida española hace imposible desde hace mucho tiempo la reacción política e institucional del país ante sus angustiosos retos. Ahora lleva también a otras parálisis y cegueras. La burbuja de autocomplacencia y superioridad moral en la que vive la izquierda hegemónica, unida a la impotencia de un centroderecha sin discurso ni ideales, está provocando la simple incapacidad para la mera comprensión de la realidad exterior. Las ideologías desahuciadas en todo el mundo dictan aquí cada mañana la verdad oficial. Pero la sustitución de la información y el análisis por el juicio sectario y el imperio de lo políticamente correcto no puede evitar que el mundo gire. Y seguirá haciéndolo.

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