la esquina

José Aguilar

Tropezar cien veces

EL tremendo -y nada imprevisto- lío que se ha formado a cuenta de la enseñanza en castellano en Cataluña ha desviado la atención sobre otros aspectos más fundamentales y que afectan a más españoles del proyecto de ley de educación promovido por el ministro Wert, el más impopular del Gobierno y tal vez el menos preocupado por su impopularidad.

El desplante teatral de la consejera catalana del ramo ha acaparado los focos hacia el debate identitario que implica a Cataluña, pero no a los demás territorios con lenguas cooficiales, como el País Vasco y Galicia, tapando la argumentación y los planteamientos de otras comunidades que cuestionan medidas más decisivas para el sistema educativo contenidas en el proyecto gubernamental, comunidades cuyos consejeros sí se quedaron en la cumbre sin hacer el juego al nacionalismo catalán tensionado por su revés electoral. Sin ir más lejos, la consejera de Educación de Andalucía.

Soy muy pesimista acerca de las posibilidades de que esta reforma educativa se implante con visos de estabilidad y sosiego. Seguro que se aprobará y saldrá adelante, que para eso el PP goza de mayoría absoluta en las Cortes. No me refiero a eso. Me refiero a que, tal y como ha sido concebida y materializada, va a durar lo que el PP dure en el Gobierno. Está condenada a su derogación cuando otro partido gane otras elecciones. Como ha ocurrido antes con la LOE, la LODE, la Logse, la LOCE y todas las legislaciones que se han ido sucediendo al compás de la alternancia política. Es la desgracia que persigue a la enseñanza en España.

Ha sido así porque derechas e izquierdas han afrontado los problemas educativos del país -crecientes- con la misma actitud: guiadas por sus criterios ideológicos y despreciando el consenso en favor de la imposición. Cada ministro de Educación se ha sentido Adán. Como Wert, que pretende devolver la religión a las aulas. Como el PSOE, antes, que liquidó la cultura del esfuerzo y convirtió las clases en asambleas igualitarias, dejando la autoridad del profesor a los pies de los caballos ignorantes.

Cómo será la cosa que algunos enemigos declarados del arbitrismo y del gobierno de los técnicos, como yo mismo, estamos a punto de convencernos de que el sistema educativo que necesitamos ha de ser proyectado por un grupo de sabios interdisciplinares que propongan soluciones de expertos a las carencias objetivas: al fracaso escolar, al abandono, al deterioro de la calidad de la enseñanza, a la pérdida del papel del profesorado, a la amarga evidencia de que los alumnos llegan a la universidad sin saber expresarse ni oralmente ni por escrito. Así que dictamen sin anteojeras políticas, y a hacer una reforma que dure al menos veinte años. No se ve otra salida.

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