MAMÁ naturaleza zanjó el proceloso debate sobre el trasvase de agua del Ebro a Barcelona y resolvió por un procedimiento expeditivo e incontestable lo que los líderes políticos se mostraron incapaces de arreglar: ha llovido tanto que la capital de Cataluña ya no pasará sed y hasta se ha autorizado el riego de jardines, el baldeo de coches y el llenado de piscinas. Gracias al cielo.

Mientras tanto, se ha producido un cambio sustancial en la postura del Gobierno con respecto a los trasvases. De momento lo que antes era una toma temporal de agua que no contradecía la política general antitrasvasista se ha transformado en un trasvase con todas las letras, una vez que se suspendió por mor de la meteorología. Pero hay más, mucho más. El grupo parlamentario socialista ha pactado con CiU una moción instando al Gobierno a estudiar la viabilidad de un trasvase del Ródano a Cataluña, ya propuesto oficialmente por Zapatero a las autoridades francesas.

Este proyecto lo defendió el líder convergente Artur Mas en 1995, cuando era consejero de Política Territorial al mando de Pujol, y lo rechaza el actual presidente catalán, José Montilla, con todo su tripartito detrás. Como de coherencia andan cortos, los diputados del socialismo catalán presentes en el Congreso votaron también a favor, como todos los socialistas españoles, y uno de ellos, Francesc Vallés, no se cortó al explicar: "Si esta misma iniciativa se planteara en el Parlament, votaríamos en contra". O sea, en Barcelona dicen una cosa y en Madrid la contraria.

El Gobierno y el PSOE sí están defendiendo lo mismo, sólo que es lo contrario a lo que defendieron en la legislatura anterior. La ministra de los medios -Medio Ambiente y Medio Rural y Marino-, Elena Espinosa, ha anunciado una política de agua que se parece a la de su antecesora, Cristina Narbona, como un huevo a una castaña: agua para siempre y agua para todos, sin descartar ningún trasvase, salvo el del Ebro. Su jefa De la Vega ha prometido a los inquietos regantes que el Gobierno estudiará "cualquier trasvase económicamente rentable, ambientalmente viable, socialmente aceptable y políticamente responsable". Impecablemente contradictoria, vamos.

La propia Espinosa pone la guinda a este viraje al advertir que el gran pacto por el agua que ahora se propugna "tiene que partir de la base de prescindir de posiciones dogmáticas". Estupendo. Prescindamos del dogma de que los trasvases son malísimos y las desaladoras buenísimas, de la doctrina de que los ríos pertenecen a las comunidades autónomas por las que discurren y del artículo de fe de que el agua va uncida al terruño, y todo será mejor.

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