Mi amigo y colega Samuel me preguntaba el otro día desde Chile qué tal iban las cosas. La pregunta genérica tenía, a su vez, varios componentes: ¿cómo se ve aquí lo de la guerra?; ¡madre mía, la calima!; y, por último, lo del transporte: tremendo, ¿no? Mis respuestas fueron, como casi siempre ahora, una mezcla lacónica de descripción, corta, y decepción, larga. Pero es lo que hay: poco, confuso y pertinaz.

Un tipo, ya mayor -hoy hostelero, pero siempre buscavidas y, en una de esas, antes, camionero- me contó que en los ochenta un porte hasta Barcelona rondaba los veinte mil duros, cien mil pesetas, seiscientos euros. Ahora es lo mismo, chispa más o menos, y eso es insoportable. Al porte y a los lomos, súmale el gasoil, los seguros sociales, las ruedas, el seguro del camión y la reverendísima madre que lo parió y la cuenta no sale. Esas son las razones reales de una huelga-cierre patronal-hastío total que subyacen en el conflicto. Que nos dicen que se puede, pero que no se llega, por mucho que dobles la espalda.

Puedo condenar, y condeno, los métodos del paro cuando, como ha trascendido, los piquetes informativos no son tales y se colocan trozos de metal colgados de los puentes de las autovías para frenar o impedir el tránsito de camiones. Puedo lamentar, y lamento, el efecto perverso que tiene la huelga sobre el abastecimiento en general, sin entrar en los matices de si es huelga o no, porque así es como se percibe. No puedo precisar si es cierto el seguimiento corto por convencimiento o largo por miedo, pero constato que el país está dando síntomas de colapso paulatino. Veo que los supuestos grandes representantes de las empresas y de los trabajadores del sector están fuera de juego, porque no secundan ni apoyan el paro que, no obstante, existe. Y me sorprendo con la construcción mezquina del argumento a contrario de las huelgas buenas y malas en función de quien gobierne, que señala como ultras a quienes paran, sin caer en la cuenta de que atribuirles esa condición es, al tiempo, atribuir el éxito del paro, si consigue alguno, a una fuerza bravucona, con menos poder real que el que fabrica, interesado pero torpe, un gobierno a la defensiva.

Esto es inaguantable. El paro, lo que lo provoca y el cinismo galopante al mando. En lo concreto, el carburante por encima del euro/litro son impuestos. O se reducen drásticamente, que se puede, dadas las condiciones, o se sigue mintiendo, que se hace, a pesar de las condiciones. En tiempos de crisis inciertas, como esta, las medidas de contención son trascendentales y urgentes, para el transporte y para todos. El quiebro representado/representante no termina en la política y se extiende a la parapolítica (trabajadores/sindicatos, empresarios/patronal, yo/los demás). Es hartazgo. Completa y plena agonía de la hipocresía de la sonrisa y la palabra hueca. Y es un riesgo inasumible. Poco sentido, confuso futuro, pertinaz incompetencia.

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