Nos encerramos; el miedo, la obediencia, la responsabilidad y el civismo se impusieron y cumplimos. Conforme íbamos descubriendo de qué iba esto, o nos imaginábamos cómo podía ser, empezamos a montar una vida, convencidos de lo pasajero de la experiencia y, siguiendo fielmente las pautas de expertos -que nos indicaban las bonanzas de mantener horarios, rutinas y no tirarnos a la desidia- nos pusimos a ello. Por aquel entonces, nos lo contábamos. Todo era muy singular. Era la etapa de ser y competir por ser lo más ocurrente posible.

Por exótico y excepcional, quienes no teníamos claro dónde se ubicaba la cocina, nos pusimos a hacer pan. Las fechas nos enfrentaron por inercia al mundo de las torrijas y sorprendentemente disfrutamos de nuevas sensaciones con aquello. Por inusual, nos adentramos en la repostería mientras, en paralelo echábamos un ojo a los tutoriales de tablas de ejercicio en casa. Y así, entre bizcochos y pilates, teletrabajo, niños y angustia por nuestros mayores, pasaron muchos días. Pasamos muchos días. La lectura, la pintura, la música, el cine han evidenciado lo que le debemos, de manera constante nos han acompañado en todo esto. Los puzles, el parchís y otros juegos de mesa, tardes de acuarelas. Ese Tetris, ordenado en el planning que el teletrabajo permitía -en el mejor de los casos- se parece bastante a la vida de muchos.

Pero inevitablemente pasamos del placer al hastío por no vestir nuestro uniforme de trabajo, nuevos looks, nuevas maneras, nuevos ritmos y espero, enseñanzas duraderas. Confirmado o desmentido lo mucho o lo poco que nos gustaba nuestra vida, confirmado o desmentido lo bien o lo mal que nos cae nuestra pareja. Confirmado, hemos aprendido y descubierto muchas cosas.

Poco a poco el orden del día se diluía, con desconfianza, incertidumbre y desasosiego nos preparábamos para lo que venía y de repente, anuncios de fases, desescalada, nuevas etapas y retos inminentes cambiaron el ritmo, y pusieron por delante el retorno pautado a no sabemos dónde. Ya no hacemos tantos bizcochos ni torrijas, ahora hemos pasado a lo del webinar. Del pan a las conferencias virtuales. Nos convencemos de que debemos prepararnos para la vuelta a un mundo que no sabemos cómo será. El riesgo de pasar de la repostería a los seminarios on line sin desmenuzar en esa transición, todo lo aprendido, será un error.

Mi hija mayor ha aprendido a montar en bici y he sido testigo de ello, he estado a su lado, solo espero que cuando lo haga mi hija pequeña, no me permita no sacar hueco para estar junto a ella.

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