Opinión

Agustín Jurado

Toreros vocingleros

ESTÁ muerto! ¡Dejadlo! No me gustan los toreros vocingleros. No hay nada más lamentable que un señor, vestido como un príncipe de la corte de los zares, pegando voces como un Seat Ibiza en sábado por la noche. Cada sitio tiene su propio ruido: las discotecas, la plaza de abastos, el campo de fútbol y, sobre todo, la plaza de toros. Allí, todo lo que no sea una ovación, los cascabeles de las mulillas, un cite de voz y pare usted de contar, suena extraño, distorsiona, no le es propio. Y lo peor es que esas voces vienen acompañadas de una parafernalia de aspavientos y falsos gestos de grandeza y valor que recriminan a los subalternos su mala actuación en un lance. El brazo en alto critica al picador que no le de más leña al animal, cuando en realidad, en su interior, están gritando ¡Reviéntalo! El manotazo al banderillero para que no se acerque al toro cuando tiene la espada enterrada cuando en verdad, esa fuga incontrolada de miedo acumulado durante la faena está diciendo ¡Tumbadlo como sea, que yo no puedo más!. Y, por último, la atlética carrerita al centro del ruedo para agradecer la ovación.

Ciertamente, estas salidas de tono no esconden otra cosa que una latente mediocridad. Un miedo mal asumido y una valía cogida con alfileres. Cuando se es verdaderamente grande los gestos no son necesarios porque las gestas hablan por sí mismas. ¿Se imaginan a Manolete pegando voces? ¿Tuvo José Tomás algún mal gesto hacia sus banderilleros en Madrid? Las cuadrillas tienen muchos momentos de convivencia y es ahí, cuando nadie les ve, donde deben arreglarse los sistemas de comunicación, los deseos. Y si la lidia ha dibujado un panorama contrario al proyecto que se imaginó en el hotel, el comentario en cercanía es la solución respetuosa y elegante. No hay mayor señorío que el de sí mismo. Es el triunfo de la voluntad, el dominio de las propias pasiones. Las exageraciones y arbitrariedades son despilfarros de la propia estima que denotan escasez de conocimiento del oficio de torero, mala educación y pésimo gusto. Es más gratificante admirar a un matador en plena reflexión ante un toro que gobernado por la torpeza del ímpetu. Y no hay mayor prueba de valentía que conservarse cuerdo ante la evidente situación de cólera que provocan unas astas afiladas como la muerte. El torero que estalla en griterío al ver morir al toro, no suele tener temple durante la faena.

No sé Baltasar Gracián sabía de toros, pero de prudencia y elegancia sí que sabía, por eso me agarro a su capotillo y termino con una máxima suya que bien podría aplicarse a cualquier vocinglero y es que "si no se corresponde valor con precio, la expectación se vuelve desprecio".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios