Hace unos días, mientras compartía una cerveza en la terraza de una taberna moderna de Málaga con un compañero, se nos acercó un lotero ambulante. No recuerdo el número que pregonaba pero sí que andábamos entonces devolviendo llamadas y medio hablándonos entre nosotros con señales, inmersos en el trajín inicial de septiembre. El hombre se aproximó con ganas de vender e insistió en que le comprásemos un numerito. Mi compañero negó con la cabeza y yo, que había terminado la conversación a través del móvil, le contesté que no, que muchas gracias, pero que yo no tenía un duro que invertir en quimeras (vale, así no se lo diría, pero tampoco mal, porque con una sonrisa, es verdad, le dije que no tenía un chavo). El lotero, genial y avispado comercial de los de mucha calle y mucho no en estéreo, se plantó un momento y mirándonos serio, pero con guasa, a los dos, especialmente a Manolo, nos soltó aquello de "míralo, con la pasta que tiene" (ni la más remota idea de dónde sacó semejante majadería), para culminarlo, brillante él, con un rotundo "¡cómo se nota lo gitano que es!". Mi colega, tremendo profesional, excelente abogado, mejor persona, me miró gracioso y, claro, no pude reprimir el comentario: "¡Joder, qué ojo clínico tiene el notas!". Resulta que entre mi compañero y amigo y yo, el gitano, legítimo a carta cabal, es él. Ambos, payo yo, gitano él, reímos bien mientras el lotero, mediopensionista supongo, se alejaba sin venta.

Esto me viene a la cabeza porque me ha pasado hace poco pero se mezcla con algunas movidas recurrentes que de vez en cuando nos adornan en este país y por ahí fuera también. Lo digo a propósito del monólogo famoso que ha levantado tantas ampollas. Lo digo porque no hace mucho tiempo el ministro italiano Salvini dijo no sé qué de una lista de gitanos. Lo digo porque, mucho antes, Sarkozy, ya ha llovido, se refirió a una expulsión de los gitanos franceses y nadie decente se quejó. Lo digo porque hay un racismo latente que no es molesto, por ser común y por ser normal. Lo digo porque en el mundo del lotero de Málaga, que es el mundo de muchos que ni siquiera son mala gente sino gente corriente, las cosas son blancas y payas y, por eso, el trampeo del "no tengo un duro ni para pagar mis deudas" es más gitano que blanco y payo.

A mí, personalmente, me da exactamente igual que Manolo sea payo o gitano. Es algo que no me inquieta. De hecho, me identifico con él en su condición humana y en su experiencia profesional. Y envidio ambas por resultar excelentes. Pero si un tío malaje puede hacer gracia con una sucesión de chistes sobre payos para meterse con los gitanos, un ministro cabrón señala a la gente como ganado si es gitana, y un lotero no vende porque un payo le frustra como si fuera gitano, tenemos que lavarnos un poco de capa castellana, amiguetes, a ver si aonjalá nos naciera a todos una artería flamenca.

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