A punto de comenzar los ensayos para el próximo año, seguimos en el Carnaval que se fue. Al menos para los que llevan la cosa del reparto del dinero público librado.

Y es que, cuando ya casi se huelen los espetos de Los Boliches y Fuengirola desde las Tendillas, la Asociación Carnavalesca no ha pagado las subvenciones a los carnavaleros de la calle, ni los premios del concurso, según denunciaban aquí mismo el pasado jueves.

El presidente de este tan profesionalizado colectivo, dice que no hay fondos porque existen partidas por justificar y los únicos cuartos se fueron en pagarles, más de 53.000 euros, a los del concierto, a del pregón y los dos presentadores del evento. Así están las cosas.

Pasaron los tiempos en que los pregoneros y presentadores, se sentían más que retribuídos con el honor de ser elegidos por la esencia del Carnaval (el pueblo llano); contando con la ratificación del sempiterno Marcelino que, dicho sea de paso, siempre entendió que esa decisión popular "iba a misa" hasta en las Carnestolendas.

Pero el Carnaval, como tantas manifestaciones del devenir humano, se ha contagiado del "glamour" ¿? de las "operaciones triunfos" y la globalización idiotizante.

Se acabó reír y reírse de nosotros y de lo acontecido en la ciudad, contando con la complicidad de quiénes no se pierden por San Agustín. Se acabó aquél tiempo en que los fieles del Don Carnal cordobés, ponían motes a quienes afuera ejercían cuasi de sanrafaeles, y llegada la propuesta de un pregón, ponían la mano para subirse al escenario.

La "cenicienta" de las fiestas populares camina hacia su fin, salvo que entienda que, cuando llega febrero, no tiene por qué parecerse a nadie; y menos tratándose de desnudar sus sentimientos íntimos, personales y únicos de esta ciudad.

Hemos caído en la era de la silicona, donde las formas se elaboran y alinean, globalizadas e idénticas; en la era de los guionistas anónimos que ponen su talento al servicio de las caras famosas que presentan espectáculos cual papagayos, sin saber de qué ni a quienes hablan; con el papelito en la mano, que en el caso del pasado Carnaval ni siquiera parecían haber repasado, por lo que se atrancaban. Así las cosas, el Carnaval y el olor a espetos se mezclan como en aquel disfraz del Pespuntes de nazareno rociero, pero con poca gracia y mucha preocupación para quienes nos preciamos de amarlo.

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