Ante la deriva frentista que parece abrazar la seudopolítica nacional, tan encariñada de sus absurdas líneas rojas y de sus bloques monolíticos, entiendo urgente retomar la idea de la Tercera España. Ésta, que sería una síntesis superadora de las dos existentes e irreconciliables, fue bautizada como tal por Alcalá-Zamora y acogida, con más o menos entusiasmo y valentía, por personalidades como Ortega, Sánchez Albornoz, Unamuno o Madariaga. Parte la noción de una verdad incuestionable: en el lúcido Prólogo de su indispensable A sangre y fuego afirma Chaves Nogales que "idiotas y asesinos" actuaron "con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que partieron España". Es, creo, el innegociable punto de partida. La auténtica memoria histórica, digna de ser avivada siempre, consiste en recordar permanentemente el horror salvaje de las dos Españas encaradas, su perfecta, nefanda y equiparable animalidad.

Mi generación, que es la del cambio y la del diálogo, demostró al mundo que era posible la realidad de aquella hipótesis. Cuantos hoy reniegan de la Transición olvidan que logramos alcanzar un grado razonable de concordia y supimos impulsar las reformas necesarias para convertir a nuestro país en respirable, moderno y avanzado. Transitar de la dictadura a la democracia fue una labor ciclópea, cimentada en la firme voluntad compartida de enmendar pasados errores sangrientos y de emprender un camino nuevo y común. La moderación de la izquierda y la evolución de la derecha propiciaron un espacio de encuentro, de debate y de entendimiento.

Es justamente esto lo que ahora pretenden dinamitar populismos y extremismos. El españolito maniqueo y cainita regresa por donde vino, como si la razón permitiera monopolios y el matiz fuera un signo inaceptable de flaqueza.

Es la Tercera España, la que abjura de relatos sectarios, tiene criterio propio, huye de confrontaciones estériles y cree en la Constitución sin renunciar a reformarla, la que nos ha regalado décadas de paz, sensatez y oxígeno. En ella, resolutiva, honrada, pragmática, tolerante, progresista, moderada, igualitaria, harta de adoctrinamientos, libre, plural, diversa y orgullosa de su cultura y de sus méritos, es en la que me siento reconfortado, a salvo y con horizontes ciertos de futuro.

Como lo viví, lo cuento. En la esperanza de que las otras dos, gélidas, depredadoras, sordas y temibles, no acaben volviendo a helar el corazón de nadie.

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