Porque no siempre somos los mismos. Porque no siempre nos interesan las mismas cosas. Porque nuestras prioridades van cambiando. Porque tras la siembra llega la hora de recoger los frutos. Así funcionamos. Porque tras etapas de intensidad, los biorritmos nos exigen un periodo de calma, porque la tierra nos regala la noción de barbecho y nosotros la importamos como técnica a imponernos. Porque hay que dejarse descansar para regenerarse, como los campos. Así sucede.

Junto a la que acaba de ser madre, el currante que ha calculado los veinte años que le restan para jubilarse y el que ha tenido un susto por el ritmo frenético insostenible, ahora gritan con conciencia, la necesidad de relajarse. Y así lo hacen. No hay cuerpo que aguante la tensión constante y regalarse periodos a otro ritmo es una necesidad humana. Nos imponemos ser brillantes, ocurrentes, elocuentes pero nuestra cara sosegada, lacónica, dubitativa también tiene derecho a ver la luz. Incluso la débil y la agotada. De lo demoledor que resulta ser o aparentar ser sobresaliente permanentemente, saben todos aquellos y sabemos todos y cada uno de nosotros. Regalémonos entonces relajarnos.

Dicen que la debilidad genera empatía, sin embargo vivimos convencidos de que la versión a mostrar debe ser siempre la fortaleza, constreñidos por el protocolo, entendiendo que éste es el que no nos deja mostrarnos cansados, desinteresados, con actitud de dejadez ni siquiera de manera temporal. Y la tensión, nos puede. Entre los estresantes rankings que hemos leído esta semana, los objetivos que nos marcamos, las infinitas tareas, y los imprevistos que irrumpen en nuestra agenda, hay que estar atento también a la cara que ponemos, porque ni hueco para las ojeras nos permitimos. Convenzámonos que no; que tenemos ojeras, las tenemos; que estamos cansados, que no fuimos capaces de seguir con sumo interés la pegada de carteles, que queremos tiempo para perderlo, que no siempre nos interesa lo que se supone que debe interesarnos. Que nos agotamos.

Que la tensión cambia de foco, por imposición, por necesidad, o por apetencia. Porque sí. Estaría bien que ese foco, en algunos ratitos, lo dirigiésemos hacia nosotros. Impongámonos entonces, al menos, una tensión intermitente; y en esos lapsos de tiempo en los que no estamos dispuestos a subirnos al tren del ritmo impuesto, aprendamos a disfrutar del nuevo. Asumamos con conciencia el paréntesis ralentizado, el auto regalo del sosiego y recojamos, en esos ratos, los frutos que en su día sembramos. Permitámonos el barbecho.

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