Es bueno que las democracias protejan la libertad. Veo con asombro cómo se vuelven a desarrollar importantes protestas del sector del taxi frente a otros trabajadores, los de las licencias VTC (normalmente autónomos, también bastantes por cuenta ajena, como en el taxi), que alcanzan puntos de extremada violencia. Defienden, dicen, sus puestos de trabajo frente a una invasión de otros operadores en el mismo sector que los ponen en riesgo. Están agrediendo a quienes también quieren trabajar en el mismo campo, ofreciendo un servicio similar, pero compitiendo con otras armas, que no son precisamente las de romper puertas de los coches, destrozar sus lunas, patearlos sin importar si van libres u ocupados, o -directamente- prenderles fuego.

La violencia no esconde que lo que cambia la realidad económica del taxi y los echa a la calle es que ya no hay monopolio. El problema no es la ratio de VTC por licencias de taxi, el problema es que hay VTC y es más fácil repartir la tarta con menos que hacer una tarta mejor. El sector del taxi ha disfrutado históricamente de una soledad absoluta en el transporte urbano de los usuarios en vehículo y estaba y está definida por la puesta en circulación de un número determinado de licencias de explotación en función de la población y otros factores de menor importancia. Aun con las cosas de la economía muy malas y con las carreras muy cortas, solo los taxis podían hacer de taxis. La especulación con las licencias, de enorme carestía, no es responsabilidad de los nuevos VTC: ha nacido y crecido en el propio sector del taxi, pero su nueva competencia no entra en ese juego perverso porque sin monopolio ya no es imprescindible.

De repente, vehículos de gama media-alta, de color negro, limpios, con conductores muy seria y elegantemente vestidos, se ven en las calles realizando servicios de transporte de usuarios que compran sus servicios porque están legalmente en el mercado y les ofrecen ventajas competitivas. Es decir, hay quien simplemente los prefiere y los contrata, incluso a un precio superior. Mercado libre: la libertad de elegir un servicio por el consumidor, con arreglo a una oferta competitiva; la libertad de prestar un servicio por el profesional, con arreglo a unas normas que se cumplen y, a partir de ahí, competir, añadir valor, ser más elegibles. Han llegado para quedarse porque hay sitio para un servicio distinto.

La competencia es saludable para los clientes. La competencia es buena también para erradicar, o hacer invisible por inútil, la incompetencia y buena para quienes prestan bien el servicio porque permite distinguir el mal producto del estándar medio y el excelente de éste y para todo hay mercado. Y eso no lo van a ocultar dando patadas en las puertas. Acotar la libertad en beneficio de un monopolio no es protegerla, es anularla.

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