Talleres

Muchos obreros y artesanos alternaban una alta idea del trabajo con la defensa de la instrucción pública

Los profesionales de la edición y quienes se dedican a las artes gráficas siguen o seguimos llamando talleres a los estudios y sobre todo a las imprentas, que gracias a san Juan ante Portam Latinam, el patrón de los impresores, no han desaparecido tras al severo tajo que les dio la última crisis, durante la cual perdimos centenares de establecimientos que dejaron a sus operarios, en muchos casos trabajadores veteranos y expertos conocedores del oficio desde mucho antes de la decadencia de la linotipia, en la más cruda intemperie. Como es sabido, los tipógrafos desempeñaron un papel muy relevante en los primeros tiempos del socialismo y formaron parte activa de ese núcleo del que surgirían tantas publicaciones o también, si hablamos de la tradición anarquista, los ateneos libertarios y la pedagogía de la escuela moderna. En sus maravillosas memorias hablaba Fernán Gómez de un abuelo madrileño, compañero del fundador de la federación socialista, que regentaba una imprenta y fue como otros militantes originarios un "honrado cajista", autor de un manual donde daba cuenta de las nociones básicas del arte de imprimir, como lo llamaban los orgullosos miembros del gremio. De los talleres donde otros artesanos alternaban una alta idea del trabajo con la defensa de la instrucción pública, que para aquellos esforzados autodidactas era la más clara herramienta emancipadora, salieron muchos bravos luchadores cuyos principios, dramáticamente desmentidos por las dictaduras de la órbita soviética, no concebían la aspiración igualitaria al margen de las libertades individuales. Los más lúcidos e independientes no se engañaron respecto a la naturaleza represora del Estado fundado por Lenin, y merece la pena consignar la paradoja inherente al hecho de que mientras muchos intelectuales burgueses apoyaban la política autoritaria de un régimen donde ni siquiera se permitía a los trabajadores sindicarse, otros activistas de la izquierda, pertenecientes a las verdaderas clases populares, seguían predicando el ejercicio irrenunciable del libre pensamiento. Hubo hasta dandis obreros como el asesinado noi del Sucre, gran líder anarquista y pintor de brocha gorda, que asistía a las asambleas hecho un pincel tras haber cambiado el mono por impecables trajes con chaleco, leontina y cuello duro. Tan alejados de los pudientes que se disfrazan de desheredados como de los exquisitos gauchistes de salón, hay los herederos de esa aristocracia inversa formada por quienes desconfían de las consignas autoritarias, se afanan en la tarea bien hecha y para celebrarlo beben, al contrario que los pedantones al paño, el alegre vino de las tabernas.

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