Rafalete, la gloria de san agustín

Soraya

COMO ya les dije el domingo pasado, de la Noche Blanca del Flamenco todavía me queda un rato por contar, que no todo fue ir de un lado a otro buscando a los artistas, que Soraya y yo tuvimos un tiempo para charlar de nuestras cosas y menuda la conversación que tuvimos, que yo todavía estoy dándole vueltas, vaya a ser que me haya enterado de algo que luego no es, que eso es muy frecuente que me suceda.

Ustedes ya saben que desde que nos dimos el beso en la Feria del año pasado, que ya ha llovido desde entonces, yo me he tomado las cosas con Soraya muy relajadamente, con mucha calma, sobre todo después del palo tan gordo que me llevé. Yo de mujeres no sé nada, pero nada, que se me escapa hasta lo más sencillo y como no quiero que me vuelva a suceder, pues eso, que me estoy tomando las cosas más tranquilamente, sin hacerme ilusiones, que estoy cansado de ser como el del cuento de la lechera, que cuando más se espera una cosa, menos se cumple o nada, que yo lo he vivido unas cuantas veces. Lo que sucedió la otra noche con Soraya es que a eso de las cinco de la mañana, mientras su primo Cayetano estaba saludando a unos amigos del barrio, se me acercó y me dijo que le gustaría hablar conmigo, que tenía la sensación de que me tenía que explicar algo, y yo le dije que por mí que no se preocupara, que no tenía problemas conmigo, pero ella se empeñó. Así que nos sentamos en el escalón de un portal y me contó.

Me dijo que estuvo con un novio mucho tiempo, ya me podía el Cayetano haberme puesto al día, que lo pasó muy mal con él porque no se portaba del todo bien, que estaba deseando dejarla en casa para irse de parranda con los amigos y que nunca le habló de boda ni de comprarse una casa ni de nada por el estilo. Y claro, Soraya me dijo que le había cogido una especie de recelo a los hombres, que no se terminaba de fiar de nosotros, que además sus amigas no paraban de decirle que todos somos iguales. También me dijo que yo le caía muy bien, que le hacía mucha gracia, pero que todavía no sabía si tanto como para hacernos novios, que seguía dándole vueltas a la cabeza, pero que le gustaba mucho estar a mi lado. Yo, a lo mejor, tendría que haberle dicho que, hombre, lo de la boda y lo de la casa tampoco se me ha pasado nunca por la cabeza, y no por ganas, es que no manejo, que tengo la cartilla más vacía que otra cosa, y puede que por eso me callara. O sea, que bien por una parte y no tanto por la otra, aunque eso el tiempo lo dirá, digo yo. Y la semana que viene hablaremos de Salinas, que lo conozco y mejor que bien.

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