La banda sonora de nuestros veranos, como la de nuestra vida, no siempre es idílica. La de cada uno tiene una melodía y seguro distan mucho de las dulzonas y amables que andan de fondo en estas películas de Disney que ahora me chupo en cada siesta con las niñas. Éstas envuelven unas historias de las que otro día desglosaremos el drama que encierran en su argumento, pero mientras yo me fundo con ellas en ese mundo de princesas y súper héroes, selvas mágicas y animales y objetos animados, de fondo está la banda sonora que rige mi verano, porque mi compañero de vida no perdona.

A eso de la sobremesa y en ocasiones desde la hora del aperitivo, de fondo en casa siempre está el Tour; mucha bici, mucho paisaje y esa locución a la que le tengo una irracional pero profunda manía. No me gusta, me quejo y protesto por ello cada día, en cada etapa. Mi marido replica y, pasional, comenta lo sorprendente del esfuerzo, el pundonor del ciclista; grita ante la granizada que irrumpe, pretende contagiarnos por lo emocionante de esa lluvia repentina y nos manda callar, con la pretensión de implicarnos en esos últimos kilómetros que él manifiesta de infarto y que a mí me aburren una barbaridad. No, no me entusiasma. Yo lo miro con desdén, pero ese ruido, con esa confrontación bromista nuestra, sana y diaria, se ha convertido sin duda, en parte de la banda sonora de nuestro verano.

La temporada empieza con el chupinazo y el cántico a San Fermín. Que ni devotos somos, ni hemos pisado Pamplona en verano, pero a San Fermín venimos a principios de julio; mi marido, de vacaciones, despertador activado, tampoco perdona ese tono a las ocho a.m. Ese sonido nos trae olor a piscina, pistoletazo de salida del verano en casa. Nuestra banda sonora tiene más pistas, tiene el taconeo de mis hijas y las riñas por la hora del tacón versus el descanso de los vecinos, suena a saltos a la piscina en bomba y el consiguiente grito de cuidado que va detrás, a peleas entre hermanas, a cacharritos ineludibles por el paseo marítimo y hasta al afilador pasando por casa en esas mañanas que estamos en casa. Hay días veraniegos que pasan por momentos y sonidos tan imperfectos y bochornosos como los que salían del transistor a lo largo de toda la jornada del pasado jueves.

Son nuestros sonidos. No son perfectos, pero configuran nuestro verano. Otros silban aún verano azul. ¿Y tu verano, a qué suena?

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