Cambio de sentido

Sensación de vivir

Quien, en la acedia de julio, mira en su móvil la dicha de los demás corre el riesgo de sentirse feo y desgraciado

Para qué?", pregunté, cuando el escritor T.S. Norio me contó -hará lo menos una década- que había una pichurradita (sic) en internet donde muchos paisanos daban al mundo fotos de su cara, sus vacaciones, sus zapatos y su capuchino. Auguré -¡cándida de mí!- que aquello no conocería un mañana. Y ya es mañana, y miren: hay quien muere, literalmente, por subir su viva estampa a la red. Incluso hay quienes se hacen tan populares en lo virtual que su fama alcanza lo real. "¿Y esta quién es?", preguntamos quienes no estamos al cabo de las redes cuando leemos en el periódico a la influencer de turno que declara -y yerra- que "Todas llevamos una invitada ideal dentro". Los ecos de sociedad reverberan en la nueva caverna platónica.

Frente a quienes piensan que las redes son el mismo laberinto de espejos de siempre pero aumentado, sostengo que el uso que les damos está generando cambios cualitativos en lo personal y lo social, político y económico. Surge la necesidad de retransmitir. (Alguien enseña su vídeo en vivo. Aparece ella, quienquiera que sea. No hace nada. Como mucho ensaya caras nuevas, y mira seductora a cámara. Cientos de seguidores pulsan la tecla que envía corazones). Surge la ficción de no ficción. (Cuántos selfis hasta conseguir editar la sonrisa perfecta). Surge la fundación de una misma desde fuera de sí, vía likes. ("Lo que no quieres que se sepa no lo publiques en la red", declara Eva Collado en este su diario. Obviedades que conviene recordar). El texto sucumbe ante la auto-imagen: Facebook es país para viejos, Instagram es el lugar donde guiñan los chaveas. Surge la instantaneidad como única manera de no llegar tarde. Y la infantilización. El cuerpo como territorio alquilable a las marcas. Surge la dictadura de la felicidad. Quien, en la acedia de julio, contempla en su móvil la dicha perfecta de los otros corre el riesgo de creerse bajito y desgraciado. El miércoles pasado cayeron y callaron un rato WhatsApp, Facebook e Instagram. Una escritora afirma al respecto: "Instagram se cayó ayer; nos ha quitado un día de la semana". Lo dudo. Seguramente nos lo ha regalado. Donde esté la vida -esa cosa tan poco fotogénica- que se aparte tanta leve sensación de vivir. Como dijo Fernando Mansilla, "no me enseñes más fotos de tu móvil, por favor". Hay otros usos y usanzas más jugosas de estos trastos. Más que renegar de ellos, la clave está en, antes de darle al botoncito, volver a hacernos, siempre atónitas, aquella vieja pregunta: ¿para qué?

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