Si hay algo que descuidan los partidos políticos es el departamento de recursos humanos. Un gabinete de visión horizontal que permita saber dónde está el talento y el mérito de militantes o simpatizantes. Moreno confiesa que le cuesta encontrar nuevos consejeros para su gobierno. No es sólo cuestión de remuneración; los busca cuando muchos ya no están disponibles. Pasa porque el método para progresar y hacerse notar en la organización es la adhesión inquebrantable al líder y el aplauso a sus decisiones.

En el PP, por ejemplo, cuando en 2014 Rajoy tuvo que decidir a quién ponía de jefe del PP en Andalucía, hubo una pugna de clanes: Moreno le ganó la partida a José Luis Sanz en la tutela de los despachos de Madrid. Cospedal perdió aquella batalla contra Sáenz de Santamaría, que ayer estaba radiante en la exagerada toma de posesión de Moreno. (Su bajada principesca de las escaleras de San Telmo de la mano de su esposa, retransmitida por Canal Sur, fue absolutamente inmoderada).

Los dos últimos presidentes de la Junta llegaron al cargo remando desde la cantera de las juventudes de sus partidos. Un modelo cainita en el que los méritos académicos cuentan poco, donde se progresa en cruel competencia con personas que hacen de la carrera política su única opción. De esa escuela vienen los Moreno, Elías Bendodo o Susana Díaz.

Por poner un solo ejemplo, sorprende que José Aguilar Román haya tenido que esperar hasta los 57 años para ser diputado en el Parlamento andaluz, con 25 ó 30 años de retraso, porque su desempeño profesional como abogado o profesor universitario, su capacidad oratoria o pertenecer a una dinastía socialista de varias generaciones no le daban suficiente pedigrí. La vía de acceso era otra; medrar en las juventudes. Cuando Susana Díaz abandonó la Presidencia de la Junta con 44 años era la más joven de su gobierno. Uno de sus errores fue no preparar alternativas de sucesión, práctica que no se aprende en las juventudes.

Ignoro si Pedro Sánchez tiene un gran club de fans. Pero es incontestable que tiene un índice de rechazo amplio. Su capacidad para decir una cosa o la contraria, y su pose altanera no le ayudan, pero tampoco el inexistente departamento de recursos humanos. Puso a pesos pluma en puestos de escaparate. Quizá para parecer más brillante tenía a Lastra, Sicilia o Gómez de voceros del partido o en el Congreso. Ayer hizo un enroque para ponerse en situación más segura y tener piezas de mayor autoridad en posición de ataque a diez meses de municipales y autonómicas o a 16 de unas generales si agotase la legislatura. Tira de fondo de armario, creando un gabinete de crisis con nueve personas, entre las que hay cinco ministros. Y prescinde de medianías que fueron su primera opción. El de Sánchez es un enroque peculiar, porque protege a la reina, la más poderosa y peligrosa pieza del tablero: él mismo.

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