LA dentadura perfecta de Samuel Sánchez mordiendo la medalla junto a la Gran Muralla refleja la salud de nuestro deporte y es la primera de nuestras instantáneas de gloria. Esperemos que sea el primero de más de veinte mordiscos al oro, la plata o el bronce.

Los dientes del asturiano, ideales para anunciar pasta blanqueadora, imponen más respeto que los colmillos retorcidos de esos vampiros que no paran de revolotear el nido de los ciclistas españoles en busca de sangre viscosa. De momento, gana Van Helsing aunque le pese al presidente de la UCI. Los españoles pedaleamos y los malpensados y recelosos van a rebufo. Nunca antes ganamos el oro en la prueba olímpica en ruta. Nunca antes, por tanto, enlazamos Giro, Tour y la gloria olímpica. Y además con distintos apellidos, lo que plasma nuestra desbordante pujanza.

Uno recuerda Juegos de la infancia aún en blanco y negro, cuando acudíamos a Montreal o Moscú aún con la maleta atada con una cuerda y cierto déficit de proteínas. Volvíamos acomplejados y con menos medallas que dedos tiene una mano.

Hoy, el estallido de color chino, que tanto contrasta con ese periodo gris, es el marco perfecto para resaltar que somos una potencia mundial. Las lágrimas de Samu, sus labios trémulos mientras sonaba el himno sin letra, nos estimuló en plena mañana mucho más que si nos hubiéramos atiborrado de EPO.

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