Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Rueda de máscaras

SE va a cerrar el año como se cierra el libro, con una mezcla extraña de tristeza y asombro, o de satisfacción. Este año ha dado poco de asombro, de satisfacción nada o casi nada y mucho de tristeza a ras de piel, pero en cambio podemos volver a decidirnos por un libro como forma de abrir una hendidura fresca en el que viene. No sé si Rueda de máscaras, de Francisco de Paula Sánchez Zamorano, es el libro perfecto para acabar el año o para, en cambio, comenzar uno nuevo, pero sí sé que en cualquier momento que uno elija este nuevo título del magistrado/escritor, o del escritor/magistrado, puede ser un honrado, sobrio y emotivo compañero de viaje.

Es el primer dilema, el pulso abierto entre las vocaciones encontradas. Cuando se tienen apenas veinte años, y se leen con emoción los novelistas de la Generación Perdida, puede concluirse que la escritura es una suerte rara de sacerdocio cromático o de disciplina monógama, porque cómo vivir haciendo que París fuera una fiesta, al estilo loco, desenfrenado y salvaje de Francis Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway, para escribirlo después, y ser al mismo tiempo un hombre serio, nada menos que un jurista, un profesor o un historiador. Luego, las biografías ponen la adolescencia en su sitio, y así nos encontramos con la brillantez médica de Luis Martín Santos, el talento espacial como ingeniero de Juan Benet o la genialidad, como docentes universitarios, de Guillermo Carnero o Jaime Siles. Podríamos seguir. En el caso del cordobés Francisco de Paula Sánchez Zamorano, como en los anteriores y también en muchos otros, el único refrendo necesario es la calidad de página, que en Sánchez Zamorano alcanza una viveza, y una capacidad de observación transida del conflicto ético, que acaba siendo vida y pura vida, apelando aquí al sentido celebratorio de los costarricenses para referirnos a la prosa de este escritor/jurista que, cuando escribe, amarra bien la prosa.

El lenguaje jurídico de altura tiene una virtud: su justeza verbal, a la que aspiraba Juan Ramón ya rayando el delirio. Está presente aquí, pero con una plasticidad en la descripción que es más de poeta/novelista. Muchos hombres habitan el bisturí de Sánchez Zamorano, pero entrar con detalle en la humedad doliente del cayuco, viajar a los Cárpatos en plena trasgresión o descubrir el claroscuro turbio de algunas niñas bien, tiene mucho de aliento tenebroso desde el nervio alterado de la vida.

En Rueda de máscaras asistimos a la llegada, o la confirmación, de un buen escritor, lo que no es poco, con muy buenos relatos en el que brillan muchos: Los jinetes de Santa Clara tiene un resto onírico y sangriento y una sutileza en el terror. Rueda de máscaras, publicado por la editorial cordobesa Ánfora Nova, y escrito por un cordobés, es pura Capitalidad Cultural.

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