Pablo Rivadulla Duró, conocido como Pablo Hasél, cumple condena hoy porque ha acumulado delitos cuyas penas estaban suspendidas. En concreto, sus delitos previos son enaltecimiento del terrorismo, en 2014, y otro de enaltecimiento, además de injurias a la Corona y las fuerzas de Seguridad del Estado, en 2018. En 2020 fue condenado también, tercer delito, por agredir a un periodista, pero esta sentencia no es firme, por lo que no se tiene en cuenta para entrar en prisión. Hace unos días le condenaron otra vez, cuarta, por coaccionar y amenazar de muerte a un testigo. Tampoco cuenta esta última. Sus redes tienen desde hace años soflamas machistas, misóginas y antisemitas que no han trascendido. Hasél no es un preso por causa de su libertad de expresión, lo es por cagarse en la libertad de expresión y utilizarla después como escudo para vulnerar los derechos de otros gravemente y por reincidir en la agresión.

Isabel Medina Peralta era una desconocida hasta hace nada. Dieciocho años, afortunadamente mayor de edad para responder, apellidos de origen musulmán y marrano (¡qué ironía!), se puso una camisa de falangista y en un alarde de inconcreción y (pocas) lecturas, soltó un discurso abiertamente nazi en un homenaje a la División Azul, aquel apoyo militar franquista a Hitler. "El judío es el culpable", proclamó, encantadísima de conocerse, ufana de saber tan poco y evidenciarlo tan alto, mezclando los silencios incómodos de su perorata increíble con pinguitos propios de su preparación, inconsistente pero peligrosa. Fiscalía, la Federación de Comunidades Judías y Movimiento contra la Intolerancia la persiguen por delitos de odio. No es libertad de expresión.

Sol, Urquinaona o Bib-Rambla, por ejemplo, son plazas del país y un campo de batalla. Salen cada noche un montón de niñatos, y no tanto, espoleados por activistas de guerrilla urbana bien preparados para ello, con la excusa de defender libertades, a apedrear policías, patearlos si es posible, quemar contenedores, motos y semáforos y joder las vidas, los espacios y los derechos de los demás. La policía defiende el orden público.

Pablo Iglesias Turrión es vicepresidente del gobierno. Unidas Podemos forma coalición con el PSOE para hacerlo. Desde Podemos respaldan las algaradas. Iglesias en el Congreso justifica a Hasél. Echenique, su portavoz parlamentario, manifiesta apoyo a los jóvenes antifascistas, como si serlo justificara todo. Pedro Sánchez es presidente del gobierno. Lidera el PSOE, primer partido del país. Tres días después de calles ardiendo, dice que la violencia es inaceptable. No reprocha explícitamente nada a su vicepresidente. Iglesias no ha dimitido. Tampoco ha sido cesado.

Este país normal está desquiciado por tanto imbécil. Hemos perdido el pulso del relato. Estamos abonando el extremismo, de izquierdas, de derechas, y de gilipollas esféricos. Y no reaccionamos. Más tarde, igual no llegamos.

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