Un rey aficionado

La España goyesca y castiza que sigue instalada en el duelo a garrotazos necesita de la jefatura del estado prudencia y ejemplaridad a diario

Crisis institucional. Drama goyesco. Como si fuese una pintura de las paredes de La Zarzuela trasladada a un museo de Abu Dabi, Juan Carlos de Borbón cada vez se parece más al Saturno devorando a su hijo de Goya. Fue un escándalo el pago de 680.000 euros para regularizar ingresos de procedencia dudosa. Pero no se puso al día con Hacienda; había seis veces más y ahora liquida 4,4 millones. Se sabe días después del 40 aniversario del golpe de Estado abortado por la intervención de este rey evasor fiscal.

En un país con pocos monárquicos y pocos republicanos, en donde una mayoría lo que le pide a la democracia es progreso, bienestar y libertades, aquel 23 de febrero de 1981 nació el juancarlismo, una variedad híbrida y un género efímero por mor de las aficiones de su titular. En este momento, los méritos indudables del rey Juan Carlos en la Transición quedan amortizados por un comportamiento personal censurable que degrada a la Corona y al conjunto de las instituciones del estado.

Este tema se suma a la crisis de otras instituciones. El legislativo sigue decepcionando. Los dos grandes partidos, empeñados en repartirse como cromos los órganos de administración de la justicia, exhiben que la fidelidad y las simpatías priman sobre el mérito. En especial es el caso del PP, que bloquea para no perder la mayoría absoluta que tiene en el CGPJ. El ejecutivo no se libra de la oxidación de la maquinaria constitucional. Desde el Gobierno, un partido antisistema pone en duda la solvencia de la democracia española, ataca al régimen del 78 y alienta protestas callejeras. También defiende a un apologista del terrorismo como parte de su provocación cotidiana: el mal gusto no es delito, pero animar al odio y justificar el terrorismo no es un arte, es de código penal.

Todo esto se solapa con los comportamientos poco ejemplares de Juan Carlos. Como dice José Antonio Zarzalejos en su libro sobre Felipe VI: "El peor adversario del rey ha sido y sigue siendo su padre; nadie le ha procurado más daño moral y político que su progenitor antes y después de su abdicación… durante años, la estela de los desmanes de Juan Carlos I se sobrepondrá a los méritos de su reinado". El propio emérito es el autor de la teoría de que la reina Sofía era una profesional. Término que se contrapone al que cabe atribuirle a él mismo, un aficionado no sólo por sus aficiones de mujeriego amante del lujo y el dinero, sino también por la práctica desigual de su oficio. Pero la España goyesca y castiza que sigue instalada en el duelo a garrotazos necesita de la jefatura del estado ejemplaridad y templanza a diario.

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