El Rey en La Habana

La actual política exterior 'rajoyana', tan de actor secundario, a casi nadie sirve y conduce a la invisibilidad

Me cuesta entender qué sentido tenía la presencia del Rey emérito de España, Juan Carlos I, en la plaza de la Revolución de La Habana, Plaza Cívica en sus orígenes precastristas, durante el tributo laudatorio, histriónico y lloroso a Fidel Castro que se celebró el pasado martes. Si la decisión de mandarlo allí era un tributo a la buena relación personal que el monarca tuvo con el tirano, si era una muestra de apoyo a la población o si el Gobierno quería enviar con Don Juan Carlos un mensaje democratizador. Algo de esto último se intuye en las palabras de algunos altos cargos del PP, que explican que con la presencia de un secretario de Estado del Ejecutivo se mostraba la falta de respaldo al régimen mientras que con el Rey se enviaba al símbolo del proceso que el propio monarca lideró en España y que condujo desde la dictadura franquista hasta la democracia. Al castrismo, sea como fuere, seguro que le emocionó, y no porque por ahora se aprecien síntomas de que por allí haya un Suárez dispuesto a finiquitar la tiranía desde dentro sino porque la presencia del Rey le daba pátina de limpieza a todos los trajines sangrientos del vanidoso sátrapa barbado. Supongo que lo vieron como uno de los suyos. Influye además, o esa es la sensación que tiene uno, que la leyenda democrática que rodeó a don Juan Carlos hasta hacerlo muy querido en Latinoamérica, incluso más que aquí, también se ha devaluado y hoy ya, después de todo lo vivido y con el sentimiento republicano al alza en España, nadie advierte en él al piloto del cambio que bautizase Charles T. Powell. El Rey, hoy incluso jubilado, no transmite el brío de antaño ni el modelo democrático, tras los desmanes de la crisis, se observa tan ejemplar como hace lustros. Tiene España, pese a eso, una obligación moral con la democratización y la lucha por los derechos humanos en las países hermanos de América y habría que acertar más y no sólo mandando símbolos de ayer a llorar al tirano sino vertebrando políticas enérgicas en defensa de la libertad, la igualdad y la paz. La actual política exterior rajoyana, blanda, previsible, tan de actor secundario Bob poco ducho en la anchura del mundo, a casi nadie sirve y conduce a la invisibilidad.

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