La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Reunirse un día, separarse para siempre

A ver si por reunirnos en diciembre nos separamos para siempre en enero o febrero

A las 12, en vez del Ángelus, truenos. Y lluvia. Y oscuridad. Lo propio para estos tiempos en los que luces y sombras contienden con una violencia que parece diluirse en la cotidianidad. El sobrecogimiento y el miedo, como la cautela, no pueden mantenerse siempre. Hay que vivir. Y no hay disolvente de tragedias más poderoso que el paso del tiempo y el cumplimiento de las obligaciones que el día a día impone. Pero en este caso no se trata de ese lapso de tiempo llamado duelo durante el que se va suturando una herida, sino de un tiempo de larga duración -en diciembre entramos en el décimo mes- y de final incierto, durante el que se enferma y se muere siguiendo el sinuoso capricho de las curvas de contagios y fallecimientos. Durante esta segunda ola, desde junio hasta ayer, se han producido 23.144 muertes más que el año anterior; de ellos, 8.500 sólo en el último mes. Y el pasado martes se alcanzó la cifra más alta de fallecimientos de esta segunda ola: 537 en un solo día. Por mucho que las obligaciones ocupen, la rutina lime las aristas, las distracciones permitan evadirse y la diaria reiteración de cifras de fallecidos hayan creado un callo, son muchas muertes.

Nos agarramos a las noticias sobre las vacunas como el Capitán Trueno a la viga cuando cayó en el pozo del castillo de Morgano en cuyo fondo se agitaba un voraz pulpo gigante o como Scottie al canalón de desagüe cuando cae al vacío en el inicio de Vértigo. Pero, por mucho que se harten de ponerles fechas para animar al personal, el cómo y el cuándo de las vacunaciones es incierto (El País, ayer: "El 95% de los españoles se queda sin saber su plan de vacunación. El Ejecutivo anuncia que los primeros en inmunizarse serán usuarios y empleados de residencias, sanitarios y dependientes, pero oculta los siguientes 14 grupos"). Y hasta que no se haya hecho universal la vacunación el covid-19 no quedará vencido y la normalidad única y verdadera -no esa estupidez de la nueva normalidad que la realidad destrozó pronto- no regresará.

En esta situación, tan oscuro el presente como el cielo mientras escribo y no mucho más soleado el futuro inmediato, preocupa la insistencia en salvar las Navidades pese a las advertencias de los especialistas sobre una desescalada rápida en Navidad y comportamientos familiares irresponsables. A ver si por reunirnos en diciembre nos separamos para siempre en enero y febrero.

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