Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Resurrección

No sé cuántas Notre Dame caben en una de esas vidas sesgadas en la Vigilia en Sri Lanka

Dónde está la muerte?, cantaban ayer las voces primorosas de las hermanas de la Cruz al paso del Resucitado por la puerta del convento, el antiguo palacio donde nació el poeta y ganadero Fernando Villalón. ¿Dónde tu victoria?, proseguían las cuerdas vocales de estas mujeres reencarnadas en ángeles cada vez que visitan un hogar del que se ha adueñado la soledad, el dolor o el desamparo. Todos los dóndes del triunfo de la resurrección, la clave sin la que según san Pablo todo esto carecería de sentido, se dirigen a un confín remoto del planeta, a esa lágrima que se le cae a la India en los mapas y se llama Ceilán o Sri Lanka. Anteayer se cumplieron 27 años de la inauguración de la Expo 92. Recuerdo el color canela de los uniformes que lucían las azafatas del pabellón de ese país. El enciclopedista Antonio Mozo Vargas nos contaba que cuando se recrudecía la violencia de la guerra civil en ese país descendía la calidad de los mantecados de Estepa porque los fabricantes tenían que buscar otros mercados para la obtención de la canela, ingrediente fundamental de esa maravilla de la repostería.

Muerte en la fiesta de la Resurrección. La historia al revés. Los mataron porque estaban haciendo lo mismo que nosotros, celebrar la Vigilia Pascual. No sé cuántas Notre Dame caben en una vida humana, el mayor tesoro de la humanidad, también el monumento más despreciado y vilipendiado, convertido en muchos casos en objeto de cambio cuando no de escarnio y rechifla. Se repartieron su túnica, le pusieron una corona de espinas, apagaron su sed con un hisopo mojado en vinagre. ¿Por qué los has abandonado? No es retórica la persecución de los católicos. Una realidad tan lacerante como la de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, pero ningún François Ozon tendrá las agallas para estrenar en plena Semana Santa otro Gracias a Dios, una película sobre esos crímenes contra gentes humildes a las que les unía una fe vivida en circunstancias adversas, una luz común en un contexto de adversidad. Por los mares que surcó Salgari en los libros y Vasco de Gama en los barcos se enseñorea una hidra del terror que también arremetió contra los turistas con un puritanismo criminal que convierte en amenaza todo lo que se escapa a las fauces de una ortodoxia que si no fuera por su saña y su maldad sin límites sólo invitaría al bostezo o a la indiferencia. ¿Dónde su victoria?

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